La explotación sexual comercial de niñas y niños en la frontera México – Estados Unidos. |
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1.
El contexto: La frontera norte de la República Mexicana. 1.1 El
fenómeno migratorio. La República Mexicana comparte con Estados Unidos poco más de 3 mil kilómetros de frontera, siendo ésta la línea divisoria terrestre más grande que separa a países del Norte y el Sur en el mundo, así como la más transitada. Baste decir que más de 800 mil personas en promedio atraviesan legalmente la frontera cada día. Algunos especialistas lo han definido como el punto de encuentro más extenso y dramático entre un sistema que refuerza la aplicación de la ley y otro que lo evade (Andreas, 2000). El alto perfil del despliegue de fuerzas a lo largo de la línea fronteriza norteamericana durante los últimos años, según este autor, tiene menos que ver con el intento de desalentar los cruces ilegales y más con reconstruir la imagen de la frontera y reafirmar simbólicamente la autoridad estatal sobre el territorio. De cualquier forma, no cabe duda que vivir en una zona con estas características tiene efectos numerosos y complejos tanto para las familias y los adolescentes que residen en ella, así como sobre aquellos que se establecen de manera cíclica o temporal o que la utilizan como lugar de tránsito. De hecho, la migración internacional es un fenómeno que tiene efectos múltiples y diversos tanto en el país de origen como en el de destino, los cuales abarcan prácticamente todos los aspectos de la vida social y económica de las naciones involucradas (INEGI, 2000b). La migración es, además, un catalizador de los procesos de cambio. A lo largo de nuestra frontera se ubican 36 municipios de los cuales sólo 18 se encuentran integrados por localidades urbanas importantes que, sin embargo, concentran 96% del total de la población fronteriza. Los seis municipios más poblados: Juárez, Tijuana, Mexicali, Matamoros, Reynosa y Nuevo Laredo representan 78 % de la población fronteriza, siendo que sólo los tres mayores, Juárez, Tijuana y Mexicali abarcan a poco más de la mitad (56%) de la población (Coubés, 2000). Lo anterior habla de los procesos de concentración de población que han tenido lugar durante las últimas décadas en la frontera norte, tanto como consecuencia de la migración/deportación hacia/desde el exterior, así como de la llegada de importantes contingentes provenientes de distintos estados de la República que buscan un empleo en la industria maquiladora. No obstante, el incentivo más importante para emigrar al otro lado lo constituye el salario. En promedio, los trabajadores mexicanos ganan ligeramente más por un día de trabajo que los norteamericanos por una hora (Gibbs, 2001). De acuerdo con el Censo General de Población levantado en el 2000, Tijuana cuenta con una población total de 1.210,820 habitantes de los cuales 50.85 % nació en otra entidad o municipio, mientras que Ciudad Juárez cuenta con una población de 1.218,817 habitantes de los que 34.58 % nació en otra entidad (INEGI, 2000; INEGI, 2001). Hasta hace unos cuantos años, por Tijuana atravesaba la mitad de los trabajadores provenientes de todo el país que deseaba emigrar. Hoy en día los puntos de cruce se han diversificado si bien Tijuana continúa siendo el lugar hacia donde se canaliza a casi 40 % de los deportados. Así, mientras que en 1998 fueron detenidos y deportados un total de 1.514,565 de trabajadores indocumentados, durante el primer semestre de 1999 fueron deportados por Baja California un total aproximado de 280,000 indocumentados. Esto significa que, en promedio, cada día fueron deportados 1,555 inmigrantes (Cornelius, 2001; Moreno, 2000). En otros puntos de cruce, por ejemplo en el estado de Arizona, 2,500 indocumentados fueron deportados diariamente en promedio durante los primeros meses de 2000, es decir, un promedio de 75 mil deportados al mes. En el 2000 fueron deportados un total de 1.643,679 indocumentados (Cornelius, 2001). Como resulta evidente, se trata de contingentes tan numerosos y constantes que cualquiera que sea su destino final, no dejan de ejercer una importante influencia sobre la comunidad local. En el caso de Ciudad Juárez, por ejemplo, tan sólo durante 1999 tuvo que albergar a 100 mil indocumentados que fueron repatriados, de acuerdo con datos de la oficina del alcalde. Esto significa que la ciudad debió recibir casi a 300 migrantes diariamente en promedio durante dicho periodo, cantidad que permaneció más o menos constante a lo largo de 2000. Por lo que se refiere a Tijuana, la tasa de crecimiento durante el periodo intercensal de 1990 a 1995, fue de 5.98 %, porcentaje que casi triplica el promedio nacional de 2.04 % (Garza coord., 2000). Cada semana llegan a Tijuana entre dos y tres mil personas provenientes de distintas entidades de la República. De estos, según el Servicio de Inmigración y Naturalización, alrededor de mil logran cruzar la frontera. El resto se queda deambulando por las calles de la ciudad en espera de una nueva oportunidad para cruzar o busca un empleo para lograr reunir los 1,500 dólares que cobra el pollero por atravesarlos. Se calcula, así, que llegan a la ciudad 200 personas cada día, 75 mil al año, muchas de las cuales, de acuerdo con los servicios de Protección Civil Municipal, se asientan sobre laderas propensas a deslaves, zonas inestables y cañadas que antes fueron causes de ríos, por lo que viven en condiciones de riesgo. La migración mexicana hacia Estados Unidos ha tenido un aumento considerable durante las últimas décadas. En los años sesenta salieron entre 260 y 290 mil personas del país; en los setenta el saldo fue de entre 1.2 y 1.5 millones; en los ochenta de entre 2.1 y 2.6 millones en tanto que en los noventa fue de 3 millones, es decir, un promedio anual de 300 mil personas durante la última década. En total la comunidad mexicana en Estados Unidos llega a 21.5 millones de personas de las que alrededor de 9.5 millones nacieron en México y 3.5 millones son indocumentados. Esto significa que uno de cada seis mexicanos vive hoy en día en Estados Unidos (Rodríguez, 2001; CONAPO, 1998). Visto el fenómeno desde Estados Unidos, el número de inmigrantes se incrementó en forma notoria durante la década de los 90, alcanzando un nivel récord de un millón de inmigrantes al año durante el 2000, sin contar los que ingresan de manera ilegal. La composición de los inmigrantes también se modificó ya que antes de 1965 tres cuartas partes de los inmigrantes provenían de Europa debido a las cuotas que favorecían a dicha región. Hoy en día más del 60 % de los inmigrantes provienen de Asia, África, Medio Oriente y Latinoamérica y sólo 15 % de Europa. Los hispánicos, de acuerdo con el Censo de 2000, habrían pasado a ser la primera minoría, superando ligeramente a los afroamericanos. De los 281 millones de habitantes que arrojó el Censo, 35 son de origen hispánico, estando la población actual compuesta por: 69.2 % blancos; 12.6 % hispánicos; 12 % afroamericanos y 3.7 % asiáticos (Swerdlow, 2001). La preocupación que por distintos factores comenzó a manifestarse en Estados Unidos por el creciente flujo migratorio, contribuyó al establecimiento de políticas de sellamiento de la frontera. Como consecuencia de estas políticas impuestas desde 1994, el paso se ha desviado hacia zonas más peligrosas provocando la muerte de cientos de migrantes. Así mismo, estas políticas han propiciado que se incremente la contratación de polleros y los abusos de todo tipo que éstos cometen contra los migrantes. De este modo, en la zona que comprende la Operación Guardián, entre San Diego y Yuma, han muerto 605 migrantes entre 1995 y 2000. En el estado de Arizona, donde se ha instrumentado la Operación Salvaguarda, han muerto 170. Y, en el estado de Texas, donde se lleva a cabo la Operación Río Grande, han muerto 664. Ello quiere decir que entre 1995 y 2000 han muerto, por lo menos, 1,439 migrantes aunque también existe un número importante de desaparecidos (Villaseñor, 2001). No obstante lo anterior, y como lo ha señalado recientemente Wayne Cornelius, “a pesar de los nuevos riesgos que enfrentan, no hay evidencia de que los posibles migrantes ilegales estén siendo disuadidos de dejar sus comunidades para ir a la frontera. Y una vez ahí, la mayoría de los inmigrantes no se rinden después del primero, segundo, tercero, cuarto o incluso quinto arresto” (2001:14). Por su parte, el Consejo Nacional de Población en un informe que elaboró sobre migración en 2001, señala que 60 % de quienes intentan atravesar la frontera lo hacen por primera vez y utilizan los servicios de polleros. La Patrulla Fronteriza estima que, tan sólo en Tijuana, operan entre 300 y 400 bandas de polleros. A tal grado se ha incrementado la necesidad de hacer uso de estos servicios, que se calcula que las ganancias anuales de los polleros son del orden de 7 mil millones de dólares; es decir, una cifra más alta que la que llega al país por concepto de remesas. Éstas últimas se estimaron en un total de 6.5 millones de dólares durante 2000, siendo que alrededor de 1.3 millones de hogares en el país dependen total o parcialmente de estos recursos. En resumen, el fenómeno migratorio es el
resultado de las asimetrías estructurales y profundas que separan a
nuestro país de los Estados Unidos, al mismo tiempo que es el producto
“de la creciente integración e interdependencia económica, de los
intensos intercambios y densas relaciones entre los dos países motivado
por la aspiración -muy humana- de buscar mejores condiciones de vida”
(Alba, 1999:36). Este autor subraya que, cuando las asimetrías entre los
países son muy amplias y los contactos internacionales muy densos, ni el
comercio ni el capital pueden sustituir fácilmente la movilidad del
trabajo (Ibidem). 1.2
Mujeres y niños migrantes Como lo han mostrado distintos estudios llevados a cabo sobre el fenómeno migratorio en el país, a grandes rasgos es posible señalar que durante las décadas de 1940 a 1970, la mayor parte de la migración se producía al interior del país con dirección del campo hacia las ciudades. La mayoría de los migrantes eran hombres jóvenes, con bajos niveles de escolaridad, que buscaban colocarse en la industria de la construcción o en diversas actividades dentro del sector informal. Durante la década de los ochenta se inicia el flujo masivo de migrantes hacia Estados Unidos, principalmente a partir de la entrada en vigor de la Inmigration Reform and Control Act, de 1986, que promovió la amnistía de los trabajadores indocumentados con lo que legalizó la estancia de alrededor de dos millones de trabajadores mexicanos en Estados Unidos (Durand citado por Arias, 2000).[1] En aquel momento lo más frecuente es que las mujeres se quedaran a cargo de la familia, lo que les permitió participar de manera más activa en actividades productivas en su región, desplazarse con mayor libertad dentro de la misma y asumir un papel más independiente con respecto a los varones (Arias, 2000). El costo, sin embargo, fue que los varones no siempre regresaban y que a menudo los hijos perdían al padre, en el mejor de los casos, por largas temporadas. El contacto con la cultura y el modo de vida que habían aprendido y traían consigo los migrantes cuando regresaban, también introducía cambios importantes en las familias y las localidades. Durante la primera etapa, la mayoría de los hombres jóvenes que atravesaban la frontera provenía de las zonas rurales de los estados expulsores tradicionales: Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Zacatecas y Sinaloa. En las etapas siguientes fueron incorporándose contingentes más numerosos de jóvenes con niveles educativos más altos y provenientes de las zonas urbanas también afectadas por las sucesivas crisis económicas y el desempleo. Así, y junto con jóvenes provenientes del Distrito Federal, el Estado de México, Hidalgo y Querétaro, también comenzaron a incrementarse los que llegaban de los estados del sur: Oaxaca, Veracruz, Guerrero y Chiapas (Moreno, 2000). Hacia finales de los ochenta, un mayor número de mujeres y de menores de edad comenzó a migrar hacia los Estados Unidos. En un primer momento, el motivo principal era el de reunirse con su familia. Más tarde mujeres más jóvenes y menores de edad con niveles de escolaridad más altos, comenzaron a migrar por motivos económicos. Si durante la primera etapa la mayoría de las mujeres que migraba eran casadas y la mayor proporción correspondía al grupo de edad de entre 35 y 39 años, durante la última década cada vez han emigrado más mujeres jóvenes y solteras (Arias, 2000; Moreno, 2000). Así, por ejemplo, durante el periodo de 1992 a 1997, el volumen de migrantes jóvenes a Estados Unidos representó el 5 % de la población nacional de entre 15 y 29 años de edad en ese último año. Tres cuartas partes de los migrantes fueron hombres (75.2%) y una cuarta parte (24.8 %) mujeres. La mayor parte de los migrantes jóvenes procede de localidades con menos de 15 mil habitantes y conforme aumenta la edad tienden a ser originarios de localidades urbanas. Entre los adolescentes que emigran, más mujeres (46.2% ) que hombres (33.1 %) proceden de localidades urbanas. Así mismo, entre 1995 y 2000, el 70 % de los emigrantes fueron jóvenes de entre 15 y 29 años (INEGI, 2000b). La mitad de los varones jóvenes que emigran proviene de los estados de Jalisco, Guanajuato, Michoacán, México, Guerrero y San Luis Potosí. En el caso de las mujeres, poco más de la mitad de las migrantes es originaria de Jalisco, Guanajuato, Guerrero, Durango, Michoacán, Chihuahua y México (INEGI, 2000b). Como bien señala Arias, este conjunto de datos permite dar cuenta de la manera como se construyen socialmente las diferencias en los papeles que se asignan al hombre y a la mujer, tanto en lo que toca a sus responsabilidades al interior de la familia, como en cuanto a las oportunidades que encuentran para desarrollarse en el terreno laboral. Las mujeres, apunta, han tenido que ser las migrantes más adaptables para adecuarse a las necesidades cambiantes de la familia, sin que sus desplazamientos e ingresos representaran siempre un beneficio para ellas (2000:19). También los datos de la Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte para el periodo 1998 – 2000, realizada por el CONAPO, dan cuenta de la creciente participación femenina entre los migrantes. Apuntan que, en promedio, 112 mil mujeres fueron detenidas y deportadas anualmente a México durante el periodo. Así mismo, que la migración femenina tiene nuevas características: la mayoría son solteras, jóvenes y con escolaridad más alta con respecto a la de los varones migrantes. De este modo, 42 % tiene entre 12 y 24 años; 57 % cursó al menos el primer grado de secundaria y 56 % son solteras. Dos tercios de las mujeres iban acompañadas y 18 % llevaba consigo a niñas y niños. En cuanto a los menores de edad, durante la década de 1990 a 2000, fueron repatriados un total de 267,545 menores según las cifras proporcionadas por once Consulados mexicanos de las principales ciudades fronterizas. Cabe hacer notar que más de la mitad, 58 %, fueron repatriados a través de El Paso, la ciudad gemela de Ciudad Juárez (Comisión Nacional de Acción a favor de la Infancia, 2000). A través de los distintos puntos de cruce del estado de Baja California, durante 1999 fueron deportados un promedio de 427 menores de edad al mes. De ellos, 90 % eran varones de entre 15 y 17 años y 60 % eran menores trabajadores que habían desempeñado diversas actividades. La mayoría provenía de los estados de Michoacán, Jalisco, Guanajuato, Oaxaca, Sinaloa y estados del centro de la República (DIF-INM-CONAPO-UNICEF, 1999). Poco más de un tercio de los adolescentes llegan a las localidades fronterizas solos; 39 % acompañados de amigos y 25 % de familiares. Casi tres cuartas partes llegan con la intención de cruzar la frontera para conseguir un trabajo y 69 % proviene de zonas urbanas (Ibidem). Cabe destacar que los más vulnerables y susceptibles de ser captados para el comercio sexual, son aquellos menores, varones o mujeres, que llegan e intentan atravesar la frontera solos, ya que muchas veces fracasan en su intento y son captados por reclutadores (Azaola, 2000). Otro de los factores que, como hemos dicho, convirtió a la región fronteriza en un polo de atracción, fue el crecimiento constante de la oferta de empleos de la industria maquiladora durante los últimos veinticinco años, que comenzó a declinar de manera notoria a principios de 2001. Baste considerar que, para 1998, en números redondos, del total de 900 mil trabajadores empleados en la industria maquiladora en el país, 600 mil trabajaban en municipios fronterizos y casi la tercera parte de ellos en Ciudad Juárez. De hecho, Chihuahua cuenta con el número más alto de personas ocupadas en la industria maquiladora de exportación en el país, seguido por Baja California (INEGI, 1999). En efecto, el empleo intensivo de mano de obra femenina en las maquiladoras es uno de los rasgos que ha caracterizado al crecimiento de este sector en Ciudad Juárez durante las tres últimas décadas que, al mismo tiempo, ha provocado profundos cambios en la familia y en la sociedad local. La preferencia de estas empresas por las mujeres jóvenes y menores de edad se explica porque se las considera una mano de obra más dócil, menos conocedora de sus derechos y menos proclive a reclamarlos, así como más apta para tolerar el trabajo minucioso y tedioso que ahí se realiza durante duras jornadas, todo lo cual, aunado a los bajos salarios que se les pagan, incrementa la tasa de rendimiento y las ventajas competitivas para las más de 250 empresas extranjeras de este ramo que operan en la localidad (Azaola, 2000). De ahí que, al analizar los bajos salarios y las condiciones de marginalidad en que estas trabajadoras prestan sus servicios, algunos especialistas hayan señalado que las empresas maquiladoras no parecen estar contribuyendo al pago del costo total del mantenimiento y la reproducción de las obreras (Barajas y Rodríguez, s/f). No obstante lo anterior, la industria maquiladora ha atraído importantes contingentes de mujeres jóvenes y menores de edad que no encuentran mejores alternativas en sus lugares de origen. Una parte de ellas, sin embargo, termina prestando servicios sexuales en la localidad, sobre todo cuando se dan cuenta que, tras largas jornadas, no alcanzan a satisfacer sus necesidades con los 400 o 600 pesos semanales que les pagan, en especial cuando tienen hijos. De este modo, la mayor parte de las menores que están involucradas en el comercio sexual, son adolescentes que trabajan o han trabajado en las maquilas y que tienen necesidad de completar o mejorar su ingreso. Es preciso señalar que, el incremento de la participación femenina en los flujos migratorios tanto hacia los estados del norte del país como hacia Estados Unidos, no ha pasado desapercibido y ha sido motivo de numerosos estudios durante los últimos años. Entre ellos cabe referir los de González, Ruiz, Velasco y Woo comps., 1995; Velasco 1996; Bustamante et.al., 1997; Bronfman et.al., 1999; Senado de la República, 1999; Mummert, 1999; Poggio y Woo, 2000; Barrera y Oemichen eds., 2000 y Villaseñor, 2001. Llama la atención, sin embargo, que hasta ahora no se hayan emprendido estudios que se ocuparan de las mujeres y las niñas víctimas de explotación sexual en la zona fronteriza, a pesar de que se trata de un fenómeno que se relaciona estrechamente y de distintas maneras con la migración. Es como si se tratara de una realidad que, no obstante que se halla a la vista en todas las ciudades fronterizas, fuera preferible no ver o sobre la cual no se quisiera saber. La existencia de límites para poder dar trámite y digerir procesos de cambio acelerados como los que han experimentado las ciudades fronterizas durante los últimos años, se hace presente en síntomas tales como los altos índices de violencia y de consumo de drogas que muestran la erosión del tejido social o la imposibilidad de que éste pueda regenerarse o autoconstruirse de manera espontánea. No es necesario más que abrir los periódicos locales en un día cualquiera y volverlo a hacer tantas veces como se quiera para asegurarse de que no ha sido una casualidad la que invariablemente nos coloca frente a hechos terribles de violencia que nos hacen pensar en la dificultad que para la sociedad local, -así como para cualquiera-, representa el verse enfrentado de manera cotidiana con tales hechos. Algunos datos y ejemplos bastan para ilustrar lo que intentamos puntualizar con el propósito de hacer visibles algunos de los factores que contribuyen de manera decisiva a crear las condiciones sociales que hacen posible la explotación sexual de niñas, niños y adolescentes en las ciudades fronterizas. En lo que se refiere al consumo de drogas, de acuerdo con datos del Consejo Nacional de las Adicciones, 5.27 % de la población urbana del país, en promedio, ha consumido drogas al menos una vez en la vida, habiéndose observado un incremento de 35 % en el consumo entre 1993 y 1998. El consumo es más elevado en las principales zonas urbanas, con un promedio de 7.5 % en la Ciudad de México y la de Guadalajara, y alcanza su nivel más alto en las zonas fronterizas: Tijuana con 14.7 % y Ciudad Juárez con 9.2 %, porcentajes que casi triplican y duplican, respectivamente, el promedio nacional. En el caso de las dos últimas ello implica que unas 120 mil personas han consumido drogas en cada localidad. El índice más alto de consumo en el ámbito nacional lo tiene Tijuana donde una encuesta reciente corroboró que más de 8 % de los hombres en la localidad había utilizado drogas ilegales durante los 30 días previos al levantamiento de la misma en marzo de 2000 (Zarembo, 2000). La edad promedio en el inicio del consumo, de acuerdo con el mismo organismo, se redujo de 13 años en 1989 a 10 en 1999. Los más vulnerables son los niños que viven lejos de su familia o que trabajan. En particular, el consumo de cocaína se ha incrementado. Si en 1976 se reportó un índice de consumo de esta sustancia en 0.33 % de la población, en el 2000 el 4.2 % reportó que la consumía. La violencia es uno de los síntomas más graves y visibles de la descomposición social en las ciudades fronterizas. Lo es a tal grado que en Ciudad Juárez constituye la segunda causa de muerte sólo precedida por la diabetes (Bowden, 1999). Entre los ejemplos más dramáticos, aunque no los únicos, se sitúa la ejecución en esta ciudad de cerca de 300 personas entre 1993 y 2000 y la de 61 durante 2001. La mayoría de estos casos se vincula con el tráfico de drogas y la competencia por el control de los mercados. Pero, sin duda, los asesinatos de más de 250 mujeres en Ciudad Juárez entre 1993 y 2001 constituyen la manifestación más extrema y dolorosa de la violencia ya que sus víctimas son mujeres jóvenes o menores de edad que, indefensas, han sido violadas y mutiladas y cuyos cuerpos han sido arrojados a la intemperie a las orillas de la ciudad. Entre los casos de las adolescentes asesinadas, está el de Sagrario, de 17 años, muerta en abril de 1998. Su cuerpo fue identificado dos semanas después y hasta ahora las autoridades no han encontrado a los responsables ni han explicado a su familia las circunstancias en que murió. En el 2000 ocurrieron 27 asesinatos de mujeres y 24 de enero a octubre de 2001. Una de ellas, Lilia, de 15 años, salió de su casa para ir a comprar unos zapatos en el centro de la ciudad y no se supo más de ella. La mayoría de las jóvenes asesinadas son menores de 20 años que trabajaban en la industria maquiladora.[2] En noviembre de 2001, volvieron a encontrarse más cuerpos. Eran los de tres jóvenes, de entre 15 y 20 años, que fueron asesinadas en diferentes momentos y que se encontraron en un terreno al norte de la ciudad, en una zona comercial cercana a empresas maquiladoras. Al día siguiente se encontraron otros cinco cuerpos. Uno de ellos era el de Claudia, quien había sido reportada como desaparecida un mes atrás. El último día que se le vio fue cuando no la dejaron entrar a su trabajo en la maquiladora por llegar cinco minutos tarde. Una diputada del estado explicó que “estos crímenes no se han investigado a fondo porque las víctimas son en su mayoría mujeres pobres, con lazos familiares endebles, que viven solas con sus hijos o que son migrantes, además de que existe mucha corrupción en el aparato de justicia”.[3] En Tijuana también son frecuentes las ejecuciones pues se reportan entre 10 y 15 cada mes y se les relaciona con el narcotráfico. Así mismo, de acuerdo con datos proporcionados por el Primer Informe de Gobierno en 2001, Tijuana cuenta con el más elevado índice de hechos delictivos denunciados en la República: 50 delitos por cada mil habitantes, es decir, poco más del doble de los que se denuncian en el Distrito Federal (22 por mil habitantes). Algunos otros ejemplos de casos de violencia que se han reportado en contra de menores de edad en Ciudad Juárez, son lo siguientes. En julio de 2001 la familia de un niño de 13 años, originario del estado de Veracruz, denunció a dos hombres jóvenes de Ciudad Juárez, uno de ellos pasante de abogado, que durante dos meses mantuvieron cautivo al niño sometiéndolo a torturas y abusos sexuales. El niño mostró señales de violencia, como piquetes de agujas en piernas y brazos, moretones en la cara y órganos genitales, que le provocaron para que se sometiera a actos sexuales. En el lugar donde detuvieron a los agresores encontraron videos y revistas pornográficas.[4] Otro caso fue el de cinco mujeres adolescentes que habían sido reportadas como desaparecidas y fueron encontradas en un hotel de Ciudad Juárez donde habían permanecido secuestradas durante una semana por cuatro choferes del transporte público que abusaron de ellas y las alcoholizaron.[5] La Procuraduría del Menor y la Familia de Ciudad Juárez, por su parte, considera que los casos de violencia y malos tratos a niños son más frecuentes, proporcionalmente, en ésta que en otras ciudades de la República. Aún tomando en cuenta que sólo se reportan los casos más graves, informó que de enero a octubre de 2000 llegaron al conocimiento de dicha Procuraduría un total de 1,153 denuncias, de las cuales 996 lograron comprobarse. En la mitad de los casos los padres consumían habitualmente alcohol o drogas. En 493 casos hubo omisión de cuidados; 200 fueron por maltrato físico, 48 por abuso sexual, 61 por abandono, 13 por corrupción de menores, 61 por maltrato emocional, 39 por explotación, 5 por tráfico de infantes y 2 por secuestro. Volviendo a abrir los periódicos un día como cualquiera en Ciudad Juárez, encontramos que, al lado de la noticia de la desaparición de una joven estudiante de 17 años y de un niño de 9 que desapareció de la puerta de su casa, se informa de un segundo caso de crueldad en contra de niños que había sido reportado en los tres últimos días. En este caso se trataba de una niña de un año de edad que perdió la vida después de haber sido violada, golpeada y mordida por su padre.[6] Otro caso fue dado a conocer por la madre de una niña de 14 años quien denunció que su hija era invitada por un grupo de niños de entre 11 y 14 años quienes utilizan una vivienda abandonada como picadero. Informó que ahí se reúnen con frecuencia los niños para inhalar sustancias tóxicas, inyectarse y “rendir culto al rey de las tinieblas”. Los vecinos señalaron que el lugar les produce temor porque su puerta se halla señalada con una estrella de cinco picos que se utiliza en los ritos satánicos y en la pared se encuentra la imagen de un diablo, pintado de rojo y fumando una pipa. Un niño de 8 años explicó que allí se inyectan en el brazo y pintan una estrella a la que le echan sal y le encienden velas.[7] Otro más, informa del asesinato de la esposa de uno de los jefes del cártel de Juárez. Se dice que la mujer fue levantada por los ocupantes de una camioneta y que su cadáver mostraba signos de haber sido torturada. Su hermana había sido reportada como desaparecida un año atrás. Su cuñado fue asesinado en un restaurante cuando inició la guerra por el control de la plaza y, el mismo día en que mataron a la esposa del jefe del cártel, se encontraron otros dos cuerpos en distintos sitios de la ciudad que todavía no habían sido identificados.[8] También la prensa local informó que, en agosto de 2001, se realizaron diversos “operativos” en Ciudad Juárez en contra de 300 sexoservidores homosexuales. Algunos días después, la prensa daba cuenta del asesinato de varios homosexuales que trabajaban en distintos bares de la ciudad.[9] Otro problema frecuentemente reportado por la prensa es el incremento en el número de niños utilizados como burros, es decir, para trasladar una carga de droga al otro lado de la frontera. Mientras que en 1993 siete niños fueron utilizados como burros, para 1997 lo fueron 83; 99 en 1998; 148 en 1999 y poco más de 200 en el 2000. Es decir, que el número de niños utilizados de esta manera se multiplicó por veintiocho en siete años.[10] También se ha incrementado el número de niños cada vez más pequeños que han sido detenidos por distribuir drogas en la localidad. Recientemente 12 niños menores de 10 años de edad se encontraban detenidos en la Escuela de Mejoramiento Social de Ciudad Juárez por vender heroína, mariguana y cocaína en las colonias populares.[11] En Tijuana, en enero de 2000, en menos de una semana 11 jóvenes fueron asesinados en las calles de la ciudad. Primero habían sido secuestrados y después brutalmente asesinados en lo que en el nivel local se interpretó como “la guerra” entre grupos de narcotraficantes que esta vez había sido lanzada en contra de sus hijos.[12] Estos jóvenes, conocidos en la localidad como narcojuniors o narquillos, son adolescentes de entre 15 y 20 años a quienes un comandante de la policía local definió como “lo nuevos cerebros de un batallón de 20 mil gatilleros y burreros que intentan conservar la plaza”. “Quieren superar a sus antecesores, -dijo-, y tal vez lo logren: vienen más locos”. Para describir a Tijuana el comandante explicó: “aquí todo se vale”. En la localidad existen más de 3 mil picaderos; esto es, se calcula que por lo menos hay tres picaderos y un centro de distribución de drogas en cada una de las 1,100 colonias de la ciudad.[13] Aunque
los ejemplos, lamentablemente, podrían continuar, tal vez no es
necesario. Lo que he querido mostrar al citar estos ejemplos es, con otras
palabras, que las sociedades fronterizas se enfrentan a una realidad que
les ha hecho incorporar a su vocabulario cotidiano términos tales como picaderos,
narco-ejecuciones, rituales narco-satánicos, cárteles, secuestros,
desapariciones, levantamientos, violaciones, mutilaciones, etc., así
como las imágenes que corresponden a estos términos y que continuamente
aparecen en su entorno sin que les sea posible eludirlas o dejar de estar
expuestos a lo que significan. Síntesis El hecho de que diariamente lleguen a las ciudades fronterizas cientos de migrantes que intentan atravesar la frontera provenientes tanto de nuestro país como de otros, y que se ubiquen en la localidad sólo para poder estar al acecho de las condiciones más propicias para cruzarla, por un lado, así como el hecho de que diariamente sean devueltos en cada ciudad fronteriza cientos de indocumentados, por el otro, genera un grado importante de inestabilidad en las zonas fronterizas que son utilizadas como lugares de tránsito, zonas de paso en las que, sin habérselo propuesto, muchas personas terminan estableciéndose sólo porque no lograron cruzar o porque quedan allí a la espera de tener más éxito en posteriores intentos. Los efectos que para los habitantes de las ciudades fronterizas tiene el residir en estos lugares de tránsito, son numerosos. Ellos viven en una comunidad en permanente construcción - reconstrucción - movimiento. En una comunidad que no puede terminar de consolidarse, que crece sin parar a un ritmo vertiginoso y que, por tanto, tampoco puede completar el proceso de conocer - aceptar - asimilar a los recién llegados. Los migrantes, además, ejercen una gran presión sobre los servicios comunitarios, siempre insuficientes para poder satisfacer una demanda que crece cada día. Los servicios de salud, vivienda, educación, infraestructura, etc., se ven, de este modo, permanentemente rebasados, desbordados. Algunos habitantes de las ciudades fronterizas hacen manifiesta su sensación de estar invadidos de manera continua y ello ha comenzado a expresarse incluso en spots de radio en los que directamente se dice a los migrantes que ahí no hay más trabajo, que deben regresar a sus lugares de origen. La inestabilidad que caracteriza a estas comunidades va de la mano con la anomia, es decir, la pérdida, el no reconocimiento de la existencia de valores comunes, de valores en los que todos puedan reconocerse. No hay entre los habitantes de las ciudades fronterizas una historia compartida, una historia común que los aglutine, los identifique, salvo el hecho de haber llegado, la mayoría de las veces de manera indeseada, accidental, al mismo lugar. No hay, por tanto, una historia compartida acerca de los orígenes ni acerca del destino, a no ser porque muchos desearían estar del oro lado. Se trata, entonces, de una amalgama forzada más que de una comunidad, o de un agrupamiento que no termina de cuajar en una comunidad. Es en un ambiente como el antes descrito en el que cabe situar las condiciones que propician, promueven y facilitan la explotación sexual de niños. Los altos índices de violencia y de consumo de drogas no son sino otras formas de expresión de la anomia, de la inestabilidad y la desarticulación social a la que nos hemos referido. Síntomas todos ellos de la misma descomposición del tejido social, de la falta de cohesión entre los integrantes, casi siempre transitorios, de la localidad. Contingentes transitorios numerosos que no han elegido a las ciudades fronterizas como su destino, sino que han llegado ahí porque no les queda otra opción. Se trata de un escenario que se caracteriza, en suma, por la existencia de lazos comunitarios muy débiles, un ambiente de extrañamiento, de no reconocimiento de factores en común, elementos todos ellos con los que difícilmente es posible construir una comunidad con un alto grado de cohesión social, de solidaridad. Ambiente en el que prevalece la anomia, es decir, la ruptura del orden formal y el predominio de un orden informal cuyos límites se recorren siempre hacia la violencia, hacia la eliminación de los otros, o bien hacia formas de autoviolencia como lo es el consumo de drogas. En un ambiente como este, es difícil pensar en la construcción de redes sólidas de protección para los niños y los jóvenes. Todo cambia de un día al otro: el paisaje, los vecinos, las reglas no escritas de convivencia. Difícil, también, que los jóvenes y los niños se sustraigan a un ambiente así o no se vean afectados por el mismo. Como lo muestran las historias de vida de los niños víctimas de explotación sexual que abordaremos en el inciso siguiente, muchos de los niños que radican en la comunidad forman parte de familias cuyos miembros han tenido que disgregarse: unos han logrado atravesar la frontera, otros han quedado en sus lugares de origen y otros más se mudaron a la localidad con la esperanza de poder cruzar la línea fronteriza. Mientras tanto, cada quien ha ido tejiendo una historia distinta, a veces sin que logren volverse a reunir. En muchos casos cada uno ha establecido nuevos lazos que dan lugar a familias recompuestas. En el caso de las mujeres, como también lo veremos en dichas historias, muchas han llegado solas, con el tiempo han hecho pareja, han tenido hijos y con frecuencia han vuelto a quedar solas en un ciclo de vida que se repite de manera asombrosa. Baste señalar como ejemplo que 55.7 % de los niños que nacieron durante 2001 en Ciudad Juárez, fueron registrados como hijos de madres solteras.[14] Así, y mientras ellas trabajan, a menudo los hijos se quedan solos, con el tiempo salen a la calle, se reúnen con los muchachos de la colonia y, muchas veces, comienzan a consumir drogas en otro ciclo que también se repite con cierta regularidad. No es éste un fenómeno nuevo ni desconocido, sino característico de la modernidad en los países de América Latina (PNUD, 1998). En todas partes sus efectos han sido semejantes: incremento en el número de niños en la calle, en el consumo de drogas y en los índices delictivos (Bergman, 2001). Cada vez queda más claro que es de estos grupos de adolescentes dispuestos a cualquier cosa porque tienen poco que perder, que los delincuentes reclutan a sus huestes, incluyendo a los que enganchan para explotarlos sexualmente. Ello pone al descubierto las deficiencias de los sistemas que rigen a nuestros países para incorporar a los jóvenes y ofrecerles mejores oportunidades de vida. En el caso de las ciudades fronterizas, otro factor que se suma a los anteriores es la existencia de una demanda constante de servicios sexuales a menores de edad, sobre todo por parte de norteamericanos, asiáticos y mexicoamericanos que atraviesan la frontera con este propósito, especialmente los fines de semana. Influyen las ventajas competitivas que, por así
decir, ofrece nuestro país con respecto al vecino en cuanto a la débil
capacidad o voluntad para aplicar las normas, que contrasta con los rígidos
controles que se imponen a los jóvenes del otro lado, sobre todo en
cuanto al consumo de alcohol. Es
en este sentido que, como lo han expresado algunos especialistas, las
ciudades fronterizas se distinguen por ser los puntos de contacto más
dramáticos entre un sistema que refuerza la aplicación de la ley y otro
que lo evade (Andreas, 2000). O, podría ser, entre sistemas bien
articulados para obtener ventajas de las debilidades y fortalezas de cada
uno, sin importar que en este caso son los menores de edad quienes se ven
afectados por las desventajas. 2. La explotación sexual
de niños en Ciudad Juárez y Tijuana. 2.1 Historia de los
centros de diversión para turistas en la frontera norte. Desde sus inicios tanto la historia de Tijuana como la de Ciudad Juárez han estado marcadas por el vínculo que las une de manera indisoluble a lo que ocurre del otro lado de la frontera. En el caso de Tijuana, desde las primeras décadas del siglo XX cuando apenas era una pequeña comunidad, su vocación fue definida como la de un lugar para “el desahogo espiritual y orgánico de (los) estadounidenses que venían a reforzar el estoicismo que les permitiera sobrellevar la campaña moralista” (Valenzuela citado por Barrón 1995:29). Esta campaña había establecido una serie de prohibiciones entre las que se encontraban, desde el box y las carreras de caballos, hasta los juegos de azar, los centros nocturnos y la prostitución, actividades que cómodamente se desplazaron hacia Tijuana y en torno a las cuales la ciudad creció y se desarrolló, no sin que de tanto en tanto se le condenara y estigmatizara como lo han mostrado numerosas producciones literarias y cinematográficas. Poco después, durante la década de los veinte y hasta mediados de los treinta, con la aprobación de la Ley Volstead que prohibió la elaboración y venta de bebidas alcohólicas en Estados Unidos, el comercio, el consumo y la fabricación de las mismas constituyó una de las principales actividades económicas tanto de Tijuana y Ciudad Juárez como de otras ciudades fronterizas. Vale decir que la mayoría de los propietarios de los negocios donde dicho comercio se realizaba, eran norteamericanos, quienes concentraban la mayor parte de los beneficios (Barrón, 1995). En las décadas siguientes Tijuana y Ciudad Juárez continuaron y continúan sujetas a los ciclos y vaivenes impuestos por la economía y las políticas migratorias estadounidenses, a partir de los cuales se adoptan las decisiones de abrir - cerrar o dosificar el paso en una y otra dirección tanto de trabajadores mexicanos como de turistas norteamericanos. Fue el caso, por ejemplo, de la clausura de los casinos y las casas de juego en Tijuana cuando los norteamericanos abandonaron las reservas morales respecto a esta clase de negocios y resolvieron crear sitios como Las Vegas. Las fuentes de empleo que habían surgido para satisfacer las necesidades de diversión y transgresión de los estadounidenses, se vieron afectadas como también ocurrió con motivo del incremento de la inmigración china a finales de los años veinte que dio lugar a expresiones de protesta (Valenzuela citado por Barrón, 1995:38). En otros momentos fueron las guerras las que jugaron un papel decisivo para aumentar o reducir el flujo de visitantes a los centros de diversión, ya que los militares y los marinos siempre han sido una parte importante de la clientela de dichos negocios tanto en Tijuana como en Ciudad Juárez. También datan de los años veinte los primeros intentos que se conocen por organizar a las trabajadoras sexuales en Tijuana. En aquél momento se hablaba de tres grupos: las “platicadoras” que eran las que trabajaban en la vía pública, las “entretenedoras” que se empleaban en establecimientos y las “horizontales” que se localizaban en su línea de cuartos o cuarterías para ofrecer sus servicios. Se menciona también que las prostitutas que trabajaban en los cabarets o en los grandes casinos propiedad de norteamericanos, eran por lo general extrajeras que se dedicaban a atender a los turistas ya que las cantinas cuyos propietarios eran mexicanos no tenían este servicio (Murrieta citado por Barrón, 1995:41). Otro
periodo de auge para la prostitución tanto en Tijuana como en Ciudad Juárez,
fue el de los años cuarenta y cincuenta. En éste se crearon una serie de
establecimientos que, sobre todo, estaban destinados a los militares
norteamericanos. Por otra parte, y si bien existen testimonios de que las
mujeres se iniciaban en la prostitución siendo adolescentes, no hemos
encontrado referencias históricas acerca de la participación de niñas y
niños en esta actividad en las ciudades fronterizas. Ello no quiere decir
que no hubiera niñas/os involucrados en dicha actividad sino que las
fuentes históricas que consultamos no lo refieren, posiblemente porque
los parámetros con respecto a la edad eran distintos a los que hoy en día
operan. 2.2
La explotación sexual de niños y adolescentes en Ciudad Juárez Según los datos obtenidos en la oficina de Ecología y Protección Civil de Ciudad Juárez, existen en la localidad más de mil establecimientos donde se pueden vender o consumir bebidas alcohólicas.[15] Cerca de 500 se encuentran clasificados como bares, casas de baile, centros nocturnos o discotecas, los que se hallan sujetos a la Ley de Alcoholes y son regularmente inspeccionados por la Dirección de Comercio del Municipio. La mayoría cuenta con licencias vigentes, aunque también existen establecimientos que tienen licencias viejas, no cuentan con las mismas o que pretenden operar de manera clandestina. Las licencias para autorizar la venta o el consumo de alcohol son uno de los objetos más cotizados en la localidad, en especial porque no se expiden fácilmente. El precio varía entre 25 y 40 mil dólares dependiendo del tipo de licencia, la antigüedad o las sanciones que se hubieran impuesto al establecimiento. La más frecuente de las violaciones al reglamento, es por permitir el acceso y el consumo de bebidas alcohólicas a menores de edad. La mayor parte de las licencias se hallan en manos de las compañías cerveceras por lo que son éstas las que pueden o no comerciar con las mismas. Como la Presidencia Municipal es la que tiene la facultad de expedirlas y los lugares de consumo de bebidas alcohólicas son un buen negocio, los datos obtenidos indican que las licencias se conceden por relaciones de amistad o afinidad política con las autoridades en turno. Por su parte, funcionarios del Departamento de Inspección de la Dirección de Comercio Municipal, señalaron que, a primera vista, es posible que muchas de las chicas que trabajan en los centros nocturnos sean menores de edad, pero que como inspectores nada pueden hacer porque ellas y los que operan dichos centros presentan credenciales de identidad en las que aparecen como mayores de edad, si bien también saben o presumen que muchos de estos documentos son falsos. Así mismo explicaron que buena parte de los clientes que acude a estos lugares son ciudadanos norteamericanos, en su mayoría adolescentes que cruzan la frontera con el fin de divertirse. Los mismos funcionarios señalaron que tienen a su cargo la inspección de 493 bares y centros nocturnos en donde se permite el consumo de bebidas alcohólicas. Existen conflictos de competencias y facultades entre el Gobierno del Estado y el del Municipio respecto al control y la inspección de los centros nocturnos. Así, por ejemplo, de acuerdo con los funcionarios entrevistados, el Departamento de Inspección Municipal solicitó que se revocara la licencia a 23 establecimientos pero el Gobierno del Estado no ha atendido su solicitud. En cambio, este último ha clausurado 130 establecimientos sin el acuerdo del Gobierno Municipal. En 38 % de las casi 6 mil inspecciones realizadas por el Departamento de Inspección Municipal durante los dos últimos dos años (1999-2000), se detectó la presencia de menores de edad en centros nocturnos y en 43 % del total de estos casos se logró demostrar que eran menores. Además de las casas de baile y cantinas, dicho Departamento también realiza inspecciones en cinco Moteles o Drive Inn’s donde hay chicas que ofrecen servicios sexuales. Así mismo lo hace en 20 casas de masaje que se encuentran registradas, si bien refiere que en este rubro son muchos más los establecimientos donde se prestan servicios sexuales de manera encubierta y que operan sin registro. Muchos de estos negocios ofrecen sus servicios a domicilio durante las 24 horas. Diversas fuentes coinciden en que alrededor del 15 % de las y los jóvenes que prestan estos servicios en casas de masaje, son menores de edad. También se ha encontrado que en estos negocios se venden drogas. Así, en las 20 casas de masaje inspeccionadas durante los dos últimos años se encontraron 80 violaciones a los reglamentos, la más frecuente es la tipificada como “actos inmorales”. Con respecto a la participación de menores de edad, los funcionarios del Departamento de Inspección refirieron que hay muchas chicas jóvenes que vienen del sur del país a trabajar en las maquilas pero que se dan cuenta que pueden ganar más en los salones de baile o casas de masaje y se van a trabajar allí. Las zonas donde hay un mayor número de menores entre las trabajadoras sexuales, son: el Callejón de la Paz, donde operan varias cantinas al lado de casas de huéspedes, la calle Francisco Villa y la de Borunda en el cruce con Ignacio de la Peña, siendo esta última una zona de prostitución masculina donde también hay menores que ofrecen sus servicios. En los salones de baile, aunque las chicas sólo cobran por bailar una pieza, aprovechan para promover sus servicios sexuales. Otras chicas se promueven mientras bailan en las discotecas e incluso ofrecen descuentos a quienes trabajan en bares y distribuyen volantes. También existen menores de edad que pueden contactarse a través de taxistas o en casas de citas. Así mismo, hay mujeres adultas que se dedican a la prostitución y que comercializan a sus hijos e hijas. La participación de menores de edad en estas actividades, se relaciona también con el incremento en el consumo de drogas y la falta de instituciones que les brinden una atención adecuada. Por su parte, de la oficina del Alcalde obtuvimos la estimación de que en Ciudad Juárez existen alrededor de 5 mil personas que prestan servicios sexuales. De aquí que, de ser apropiados los distintos cálculos que nos fueron proporcionados (incluyendo los nuestros obtenidos de diversas fuentes primarias y secundarias), en el sentido de que por lo menos 15 % de quienes prestan servicios sexuales son menores de edad, tendríamos que alrededor de 750 menores de 18 años estarían siendo explotadas/os. Así mismo, de acuerdo con una encuesta que levantó recientemente una organización no gubernamental que desde hace diez años ha venido trabajando con sexoservidoras de la localidad, 60 % de ellas ha tenido como último empleo la maquila mientras que otras continúan trabajando de tiempo parcial como obreras. De este modo, hay chicas que trabajan en la maquila y complementan sus ingresos con lo que obtienen en salones de baile. Aunque algunas lo hacen, no todas ellas se prostituyen. Las principales zonas de prostitución son las de la calle Mariscal y la de la Paz. Allí la mayor parte de las mujeres que se ocupan son jóvenes y también hay algunas que son menores de edad. De acuerdo con la misma organización, el Ayuntamiento dejó de regular la prostitución desde 1983 en que se desmanteló lo que antes habían sido los servicios de Sanidad Municipal. Después se puso en marcha un programa no obligatorio para que las mujeres acudieran a los servicios de salud, sin embargo también éste dejó de operar en 1996. Existen dos tipos de sexoservidoras en la localidad: las que se conocen como “cautivas”, que son las que tienen un patrón que las explota, y las “libres”. Una buena parte de estas últimas se vinieron de Torreón cuando ahí decidieron eliminar las llamadas zonas de tolerancia. Las cautivas son las que trabajan en establecimientos que están registrados y sujetos a inspección. También hay establecimientos que se consideran “semicautivos” que son en los que las chicas bailan y les pagan por pieza pero que si deciden prostituirse, lo hacen por su cuenta. En el caso de las cautivas el que se queda con la mayor parte de las ganancias es el dueño del establecimiento donde se prostituyen. La prostitución en los callejones, en cambio, es la llamada “callejera” en donde hay mujeres jóvenes y también hay menores de edad varones que se prostituyen con personas homosexuales. En estos callejones abundan los adictos intravenosos así como las mujeres que han sido traídas de otros Estados para prostituirlas, muchas de las cuales terminan haciéndose adictas a la heroína. Lo que ha prevalecido, en opinión de los integrantes de la organización no gubernamental, es: “el cohecho, la corrupción y la sistemática violación de los derechos humanos de las trabajadoras sexuales de la localidad”. También refieren que la mayor parte de los establecimientos que cuentan con registro, acatan las disposiciones oficiales para no entrar en conflicto con las autoridades. Ello quiere decir que en estos establecimientos no ocupan abiertamente a menores de edad sino, en todo caso, a adolescentes que se hacen pasar, mediante documentos de identidad falsos, por adultas. Las niñas de la calle son las que se inician en la prostitución más temprano y fuera del control oficial, a diferencia de lo que ocurre adentro de los establecimientos registrados y sujetos a inspección. Los puntos donde se encuentran niñas y niños de la calle que se prostituyen, son: el Puente Negro, la zona Centro, el ex cine Coliseo, el callejón de Carreño, el monumento a Benito Juárez, el área de Pronaf y la calle Vicente Guerrero. Los menores varones pueden ofrecer sus servicios directamente o bien son solicitados a través de intermediarios por personas homosexuales tanto de la localidad como de El Paso. Los intermediarios suelen ubicar a los niños en parques, lotes baldíos y sitios de diversión para niños. Algunas mujeres adultas que se dedican a la prostitución también actúan como intermediarias para ubicar niños y niñas, según les soliciten los clientes. En ocasiones los intermediarios pueden recibir 200 dólares por llevar a los niños, mientras que estos últimos sólo reciben veinte. En la zona de la Mariscal, predominan las mujeres adultas que se prostituyen en establecimientos. En la zona del mercado, en cambio, se puede encontrar a chicas más jóvenes que, en su mayoría, han sido traídas de los Estados del sur. Los hombres que las traen y las controlan tienen a 3 o 4 chicas trabajando para ellos. Las chicas se vienen porque se enamoran de quien las trae. Las que vienen del sur son las más vulnerables a ser explotadas de esta manera por los padrotes, aunque también hay jóvenes de la localidad que son explotadas por su pareja. Las del sur se quedan durante un tiempo en la localidad y luego las llevan a otra ciudad. Son chicas muy pobres. También hay otras chicas que han sido vendidas a los explotadores por su familia. Según refieren los integrantes de la organización entrevistados, existe una especie de tradición oral que se transmite entre las chicas que llegan a la localidad para ser explotadas, pues se observa que ellas saben muy bien a dónde pueden llegar a vivir y a dónde no serán admitidas. De acuerdo con la misma organización, en el callejón Carreño, uno en los que se realiza la prostitución callejera, existe un gran número de picaderos debido a que desde hace tres años ha habido un incremento sustantivo en el consumo tanto de cocaína como de heroína. Diversos testimonios destacan el papel que la policía ha desempeñado, no sólo por no combatir de manera eficiente este problema, sino por tomar parte en el comercio y la distribución de drogas. Las mujeres adultas que ejercen la prostitución en la zona, también señalan que frecuentemente son extorsionadas por policías quienes se quedan con buena parte de sus ganancias y a los que temen más que a los delincuentes. A
manera de conclusión, una de las integrantes de esta organización que
entrevistamos, refirió: “el
dilema que se presenta a las ciudades fronterizas que, como Ciudad Juárez,
surgieron de la noche a la mañana, es si lo único que les tocará ver de
la película es el capitalismo depredador o si tendrán la posibilidad de
acceder a los efectos civilizatorios de dicho sistema cuya principal
finalidad en la frontera ha sido instalar las industrias maquiladoras con
el propósito de frenar la migración de los pobres hacia los Estados
Unidos”. Hasta ahora, opina, “las ciudades fronterizas sólo han sido el basurero de los
norteamericanos”. Por su parte, una de las Regidoras del Ayuntamiento informó que uno de los factores que influye de manera decisiva en la explotación sexual de niños en la localidad, es la deserción escolar. En muchas colonias populares de reciente creación, no existen escuelas o los niños las abandonan porque tienen que ir a trabajar. Sus madres trabajan doble turno en la maquila mientras ellos se quedan solos. Esto propicia que existan personas que tienen toda la facilidad para reclutar a esos niños ya sea para vender drogas, prostituirse o dedicarse a la organización de fiestas, pues no hay nadie que se los impida. Otros niños comienzan a distribuir drogas en sus escuelas. También en los bares y centros nocturnos trabajan menores a los que se ocultan cuando las autoridades llegan a realizar alguna inspección. En Ciudad Juárez, de acuerdo con la Regidora, existen tres tipos de prostitución en los que participan menores de edad: la que contratan los dueños de los centros nocturnos que operan como lenones y donde tienen a jóvenes cautivas que pueden ser mayores de edad o bien chicas de 15 a 17 años que alteran documentos de identidad. Los que las contratan son grupos organizados y se han dado casos de chicas que han desaparecido de estos establecimientos. El segundo tipo es el de la prostitución libre que se ofrece en la calle. Allí trabajan muchachitas que no están cautivas y que también pueden tener un empleo en las maquilas. Algunas de estas chicas son lesbianas “porque tienen coraje ante una sociedad tan desigual en oportunidades”. Dentro de este grupo se encuentran también los adolescentes varones que se prostituyen con los clientes de bares gay. El tercer tipo es el que se da en establecimientos clandestinos como pueden ser las salas de masaje. En términos generales, las chicas del primer grupo pertenecen a un nivel socioeconomico medio, las del segundo al bajo y las del tercero a uno alto. Mientras que las del nivel más bajo pueden recibir 50 pesos por sus servicios, las del más alto pueden llegar a recibir hasta tres mil. La misma informante refirió que en los bares existe mucha complicidad por parte de las autoridades pues cuando encuentran a menores, clausuran el establecimiento, pero éste se puede volver a abrir con sólo pagar la multa correspondiente. En este medio, dijo, existe mucha corrupción e impunidad. También señaló que “en algunas zonas marginadas los niños enfrentan todo tipo de situaciones que no se denuncian porque ni siquiera las autoridades entran allí”. Son zonas donde prevalece la violencia, la inseguridad, la deserción escolar y no existen los servicios mínimos para brindar atención y protección a los niños y jóvenes que allí habitan. En cuanto al tráfico o venta de niños, la Regidora señaló que éste es el destino de muchos de los niños y niñas que han sido reportados como “desaparecidos”. Tan sólo en los últimos dos meses de 2000, cuatro niños habían sido robados en centros comerciales de la localidad. Otro caso fue el de 40 niños que en 1998 se encontraron en una casa de la Colonia Infonavit, quienes iban a ser trasladados a Estados Unidos para darlos en adopción o explotarlos. También como Regidora ha tenido conocimiento de niñas que han traído de Chiapas para prostituirlas. Por su parte, la Procuraduría General de Justicia de la República, informó que, durante el año 2000, Ciudad Juárez ocupó el primer lugar en la República por el número de casos de tráfico de niños, con un total de 50 casos denunciados. Nuevo Laredo, otra ciudad fronteriza, ocupó el segundo lugar con 36 casos. En cuanto a los delitos sexuales que se cometen en la localidad, en la Agencia a cargo de la investigación de esta clase de delitos, nos fueron referidos diversos casos de corrupción a menores, varios de ellos cometidos por adultos que ofrecen drogas a menores de edad a cambio de actos sexuales. Así mismo, han tenido conocimiento de casos de pornografía pero no han descubierto a grupos organizados para llevar a cabo estas actividades, sólo a individuos. Por otro lado, entre las cerca de 900 víctimas del delito de violación reportadas entre 1996 y 1999, el 60 % corresponde a menores de 10 años de edad. Uno de los casos de pornografía que conocimos a través de las autoridades de la Procuraduría del Menor y la Familia que entrevistamos, fue el del Tepanécatl, conocido así por ser éste el apellido del agresor. El caso fue denunciado por la madre de dos adolescentes en contra de un hombre de 50 años, quien había abusado de sus hijas. El Tepanécatl trabajaba como gerente de una empresa de televisión por cable en la localidad y residía muy cerca de la línea fronteriza. Se le acusó de haber abusado sexualmente a por lo menos siete adolescentes, de entre 15 y 17 años, a quienes fotografió y videograbó con el propósito de comerciar con estas imágenes a cambio de las cuales proporcionaba drogas (mariguana, psicotrópicos y cocaína) a las menores. El Tepanécatl intentó defenderse mostrando las cartas que las chicas le habían escrito y argumentando que ellas acudían de manera voluntaria a su casa. También pretendió utilizar en su descargo que el agente que lo detuvo en su casa le pidió a una de las chicas que se desnudara. Una de ellas explicó que era adicta a las drogas y a veces se prostituía porque no tenía trabajo.[16] Dijo que el acusado se dedicaba a buscarla a ella y a sus amigas hasta que conseguía que fueran a su casa y que, en ocasiones, también las llevaba de viaje fuera de la ciudad. Otra de las niñas, que era sordomuda, explicó a través de un intérprete que el agresor también las obligaba a sostener relaciones homosexuales para fotografiarlas. En el lugar se encontraron decenas de fotografías que el agresor había tomado a chicas de diferentes entidades el país. Una de las líneas de investigación apuntaba a que dichas imágenes serían vendidas a un comprador norteamericano. Un caso similar había ocurrido en la localidad en 1997 cuando un médico había abusado de varios niños de entre 9 y 16 años a quienes reclutó en la calle a través de terceros que también abusaron de los niños. Este caso se tenía muy presente porque se temía que las niñas se negaran a colaborar como había ocurrido con los niños que no quisieron levantar cargos en contra del doctor pues decían que éste los había tratado bien. En cuanto a la entrevista que se llevó a cabo con funcionarios del Instituto Nacional de Migración en la línea fronteriza, refirieron que, en promedio, durante el año 2000 recibieron cada mes a 300 menores de edad que fueron repatriados. Lo más frecuente es que no logren entrevistar a estos niños, en especial a los mayores de 12 años, pues casi siempre, en cuanto son devueltos por las autoridades norteamericanas, se echan a correr pues lo que quieren es quedarse por ahí para volver a cruzar. Les preocupan, de manera especial, los menores varones que están siendo utilizados por los polleros como guías para atravesar migrantes, ya que a menudo les pagan con drogas. También, los adolescentes de la localidad que frecuentemente van a El Paso a prostituirse. Las autoridades de Migración refirieron haber tenido conocimiento de varios casos de tráfico que pudieron detectar al encontrar niños a quienes personas ajenas a su familia intentaban trasladar fuera del país. De igual manera han encontrado niños que eran llevados para elaborar material pornográfico, como es el caso de dos niños, de 8 y 6 años de edad, que iban con un pollero. Ellos venían del Estado de México y los detuvieron por no tener documentos. Más tarde los niños explicaron que el señor los llevaba para hacer películas en Estados Unidos. Otro caso fue el de tres hermanos de San Luis Potosí, de 10, 14 y 17 años, a quienes también llevaban con falsas promesas. A otra señora la detuvieron cuando intentaba atravesar a 5 niños que habían sido robados en Monterrey. Todos estos casos habían ocurrido en las semanas previas a la entrevista que tuvo lugar en diciembre de 2000, si bien las autoridades no podían señalar el número total de casos que habían ocurrido durante el año, ya que no llevan estadísticas a este respecto. Las mismas autoridades señalaron que algunos jóvenes mexicanos que ejercían la prostitución han sido repatriados desde Los Ángeles y San Francisco, después de haber sido infectados por el VIH – Sida. Refirieron también el caso de una niña de 12 años, originaria de Guadalajara, que cruzó la frontera para ir a buscar a su papá y meses después fue repatriada desde un hospital porque había contraído sífilis. Otro caso fue el de tres niños a quienes repatriaron porque frecuentemente atravesaban la frontera con el propósito de prostituirse. Así mismo han recibido a indígenas que son devueltos desde El Paso porque llevan a sus hijos a vender o a prostituirse en las calles. Por su parte, la directora de un albergue para menores migrantes, explicó que la institución recibe diariamente a un promedio de tres adolescentes repatriados de entre 12 y 17 años, 90 al mes, a los que intenta poner en contacto con su familia y devolver a sus lugares de origen. Señaló que los muchachos refieren que se van a la frontera porque no tienen otra alternativa. También explicó que ahora reciben tres veces más muchachos que cuando abrieron en 1996. Así, y mientras que la institución recibió en Ciudad Juárez a 1,000 adolescentes durante el transcurso del 2000, en Tijuana recibió a más de 3 mil. Algunos de estos muchachos fueron utilizados por polleros para atravesar drogas. Por lo que se refiere a los servicios de salud, algunos médicos que entrevistamos refirieron que han encontrado casos de adolescentes de entre 12 y 18 años que han contraído VIH-Sida pero que mucha de la información respecto de estos casos la desconocen ya que estos pacientes se amparan en el derecho de reservarse cierta información. Así, cerca de la mitad se ha negado a responder preguntas relativas a su preferencia sexual, a sus contactos sexuales o al uso de drogas. Según los médicos estos menores se niegan a responder tanto porque se les ha estigmatizado como por el temor a las consecuencias legales de sus actos. Inclusive se niegan a informar acerca de su lugar de origen. En cuanto a las chicas, muchas de ellas trabajan en salas de masaje. Ellas también se niegan a proporcionar ciertos datos, en especial, respecto de abortos. Algunos médicos opinan que debería volverse al sistema de control sanitario que antes se llevaba con las trabajadoras sexuales si bien otros opinan que exigir las tarjetas de control no modifica por sí mismo las condiciones de salud. De
entre los testimonios que recogimos de niñas y niños víctimas de
explotación sexual en Ciudad Juárez, seleccionamos tres fragmentos. Los
dos primeros corresponden a dos adolescentes que fueron retiradas de la
prostitución por la coordinadora de una casa hogar, donde hoy viven, que
les ofreció protección. El tercero corresponde a una chica que continúa
siendo explotada por un grupo organizado que recluta chicas en viarias
entidades y las obliga a prostituirse empleando golpes y amenazas. En este
último caso la chica refirió que había intentado obtener apoyo por
parte de diversas instituciones para poder seguir estudiando y conseguir
un empleo, pero que no se lo habían otorgado. Araceli
es una chica de 14 años que nació en Ciudad Juárez. Ella dice que también
su madre es de allí y que no sabe dónde nació su padre. Ella relata: “La última vez que vi a mi papá, era obrero. Mi mamá era
prostituta. Tengo una media hermana y un hermano pero se los quitaron a mi
mamá porque ella no es apta; está enfermita de la cabeza. A mi mamá ya
no le preocupa ni ella misma…no puede. Mi papá le pegaba muy feo a mi
mamá, con palos, con lo que hallaba. Mi mamá me iba a vender cuando nací.
Desde el primer día en que nací he andado con tíos, tías, de una casa
a otra y a los 11 años tuve un problema con mi papá porque abusaba de mí.
Me fui entonces de mi casa con una amiga porque ella me dijo que se quería
escapar conmigo y su mamá me ayudó a denunciar a mi papá. Después
estuve tres meses en el DIF y luego me fui con una tía pero me golpeaba y
me decían que yo tenía la culpa, que no me le debía acercar a nadie.
Luego con un primo probé la cocaína y como estaba muy cara teníamos que
ir con un chavo para que me prostituyera. Mi primo me llevó con otros
primos, con varios tíos y se encelaban porque decían que aunque estaba
yo chica, ya iba a embarnecer. Yo me quería matar, me corté con un
cuchillo y por eso me enviaron para acá. Cuando vine aquí, llegué
drogada. Andaba con muchos chavos, por eso sentía bien feo”. Elisa
tiene 18 años. Ella nació en Jiménez, Chihuahua, y dice: “Me
vine a trabajar desde los 14 años y mis hermanos y mi mamá se quedaron
en Jiménez. Primero estuve en Torreón con una amiga que me metió a la
prostitución. Allí duré como dos años y me vine para acá porque me
junté con un muchacho. La mayoría de las chicas que están trabajando
aquí en la prostitución lo hacen por necesidad y muchas vienen de Torreón.
Antes de que me metiera a trabajar en esto me empecé a juntar con los del
barrio y ellos me empezaron a invitar drogas. Primero me dieron Resistol,
luego mariguana, pastillas, hasta que el muchacho con el que andaba me
comenzó a inyectar. Él no trabajaba y al principio me trataba bien, pero
ya después mal. Tenía que trabajar para él. Donde vivíamos todo el
tiempo había hombres drogados. Un día que él me golpeó, lo detuvieron
y por eso me vine a Ciudad Juárez”.
Vanesa tiene 15 años y es originaria del Estado de Oaxaca.
Ella relata: “Mi mamá me dio con
una señora allá en Oaxaca. La señora me trataba muy mal, me levantaba a
las 3 de la mañana para hacer los mandados y limpiar la casa. Yo tenía
como 5 años por eso ya no me acuerdo muy bien. Ella vivía en Salina
Cruz. Ya no volví a ver a mi familia y la señora me corrió porque me
levantaba tarde. Duré con ella como 6 años. Tenía entonces 11 años y
comencé a vagar en la calle con los amigos. Luego me vine para acá con
unos señores que me trajeron y con unas amigas mías. Los señores
dijeron que nos iban a traer a trabajar. Estos señores son de Puebla y
hasta la fecha nos tienen trabajando. Cada señor tiene dos morras
trabajando para él. Las traen de Puebla, de Veracruz, de varias partes.
Una de ellas se desapareció. El padrote vino, la amenazó y después ya
no apareció. A ellos nadie los denuncia porque nos tienen amenazadas. Las
muchachas que conozco son como diez que trabajan para estos padrotes allí
por el mercado. Yo entraba a las cantinas y por eso se enojaba él. Un
tiempo me salí de trabajar pero me vino a buscar una muchacha que trabaja
también para él y me dijo que me regresara. Ellos nos golpean bien feo
por eso nadie los quiere denunciar. Las muchachas no quieren denunciar
porque creen que les pueden hacer algo”. 2.3
Los niños, los explotadores y los clientes En resumen, como hemos dicho antes, en Ciudad Juárez se reconocen diferentes grupos o categorías de chicas sujetas a explotación sexual. Las que corresponden al estrato social más bajo, son conocidas como callejeras. Le siguen las semicautivas que trabajan en salones de baile y cobran por pieza pero que, si se prostituyen, lo hacen por su cuenta. Las cautivas se prostituyen, en cambio, para un establecimiento o persona determinados a los que no son libres de abandonar por su cuenta. Por último se hallan las que se emplean en salas de masaje que son las que pertenecen al estrato social más alto. Mientras que en el último grupo la mayor parte de las chicas provienen de la localidad, en los otros las hay que vienen o son traídas de diferentes estados así como chicas locales. También se nos informó que algunos centros nocturnos contratan temporalmente a chicas extranjeras, sobre todo norteamericanas y cubanas, para bailar en espectáculos. Por lo que se refiere a los muchachos, existen también los que se prostituyen en la calle y los que trabajan en establecimientos como centros nocturnos, casas de prostitución o salas de masaje. Sin embargo, a los muchachos no se les explota de la misma manera, es decir, no se les considera cautivos ni se les retiene en contra de su voluntad mediante golpes y amenazas, y si bien cuando trabajan en establecimientos éstos se quedan con una parte de sus ganancias, no existe nadie que decida completamente sobre éstas como les ocurre frecuentemente a las chicas. Vale agregar que, aun las callejeras, a las que se considera libres, muchas veces son explotadas por padrotes que fungen como su pareja, a quien deben entregar todo el producto de su trabajo que a menudo intercambian por drogas. Nada semejante ocurre con los chicos. A todos estos grupos corresponden formas diversas de reclutamiento y aproximación a las chicas y chicos que serán explotados, así como distintos tipos de explotadores, clientes, intermediarios y enganchadores. Sin pretender hacer un recuento exhaustivo, los dueños de bares, centros nocturnos, casas de prostitución o salas de masaje, si bien obtienen la mayor parte de las ganancias, casi nunca operan los establecimientos en forma directa sino a través de administradores, gerentes, presta-nombres o representantes. De las ganancias que por prestar servicios sexuales se obtienen en estos establecimientos, se benefician no sólo los dueños sino también meseros, cantineros, anunciadores, vigilantes, promotores, representantes, etc. Hay ocasiones en que los explotadores reclutan directamente a sus víctimas, como en el caso de los padrotes, y otras en que lo hacen a través de intermediarios. En algunos casos se emplea a mujeres adultas prostitutas para que lleven a niños/as con determinados clientes que se los solicitan o bien los induzcan a trabajar para algún establecimiento. En otras, los enganchadores ubican a las adolescentes en zonas rurales apartadas y les ofrecen trasladarlas a la frontera con falsas promesas de trabajo. Una vez que han llegado ahí las entregan a ciertos bares en donde las prostituyen y las obligan a permanecer mediante golpes y amenazas. En otras más, quienes actúan como padrotes las seducen y las convencen de trabajar para ellos empleando formas de coacción más o menos veladas. Una vez ingresadas al negocio, se emplean diversos procedimientos para retenerlas. Por una parte, se les vigila constantemente a fin de controlar todos sus movimiento y evitar que tomen contacto con familiares o con personas que pudieran persuadirlas de abandonar su trabajo. Por otra, se les induce al consumo de drogas y se les hace saber que su suministro depende de su permanencia en el sitio de trabajo o también de que lleven a otras chicas que acepten trabajar ahí. Los golpes y las amenazas de muerte para ellas y sus familiares son el último recurso al que no pueden resistirse pues han podido comprobar que no se trata sólo de palabras. Esto también explica que no se atrevan a denunciar y que muy pocas intenten escapar. El hecho de que se emplee la palabra cautivas no es gratuito ni carece de significado: describe su situación como una en la que, literalmente, están privadas de su libertad. A menudo los explotadores conocen bien la manera de aproximarse y someter a sus víctimas puesto que han vivido en el medio, a veces por generaciones, y han podido perfeccionar sus procedimientos. Alrededor de ellos existen redes amplias de protección y complicidad que protegen y aseguran el funcionamiento de sus negocios. Se trata de redes de crimen en pequeña o en mayor escala que tienen nexos con quienes operan el tráfico de drogas y/o de personas en la localidad. En algunos casos se trata de explotadores que solo operan a nivel local pero, en otros, forman parte de redes que les permiten moverse de una ciudad a otra o inclusive a través de las fronteras tanto al norte como al sur del país (véanse el inciso relativo a la frontera sur así como los casos que se incluyen en el Anexo 4). La mayor parte de los explotadores son hombres adultos mexicanos. En menor proporción, existen también mujeres que operan como reclutadoras o dueñas de establecimientos que explotan a chicas. Hay también explotadores norteamericanos que llegan a las ciudades fronterizas para elaborar material pornográfico con los niños que prostituyen. Existe una extensa red de intermediarios que se benefician con la explotación de los niños en las ciudades fronterizas. Se trata, por un lado, de quienes los reclutan, los enganchan o inclusive los “compran” para luego “venderlos” o colocarlos en los sitios de trabajo. Por otro, como dijimos, de los dueños o administradores de estos sitios y de las personas que ahí trabajan. Pero también debe contarse a los taxistas que promueven estos lugares y conducen a los clientes, a los administradores, recepcionistas y conserjes de hoteles y moteles y hasta los policías e inspectores que extorsionan a las chicas o a los dueños de los establecimientos. También encontramos casos en que policías o militares son explotadores. Por lo que se refiere a los clientes, en su gran mayoría son hombres que provienen tanto de la localidad como de diferentes entidades del país y de El Paso. Los norteamericanos son sobre todo jóvenes que cruzan la frontera para divertirse y consumir drogas y alcohol, aunque también llegan personas homosexuales de todas las edades que buscan expresamente relacionarse con jóvenes o niños. También llegan militares de la base de Fort Bliss que se halla en El Paso. Los clientes, tanto mexicanos como extranjeros, son de todas las edades, estratos sociales, ocupaciones y preferencias sexuales. Según su capacidad económica, se dirigen a los distintos tipos de establecimientos o buscan a niños de la calle. En la mayoría de los casos, no se trata de
clientes que busquen expresamente a niños/as o a menores de edad, sino
que se convierten en abusadores situacionales u oportunistas en
la medida en que se identifican con los valores y patrones culturales que
les hacen atractivos a los y las más jóvenes, según su preferencia
sexual, sin importar si estos tienen 14 o 20 años de edad. En este
sentido se adaptan a las circunstancias y a quienes encuentran a su
disposición y dentro de sus posibilidades de pago, dejando de lado
formularse juicios acerca de la edad o de la capacidad que puedan tener
los/as menores, dadas sus circunstancias, para actuar con libertad. Ello
no quita que haya otros clientes con un interés específico y focalizado
sobre menores de cierto grupo de edad o con determinadas características.
Tampoco que los adolescentes varones acudan expresamente a donde personas
homosexuales que buscan relacionarse con niños y jóvenes los ubican. 2.4 La explotación
sexual de niños en Tijuana. “Welcome
to Tijuana: tequila, sexo y mariguana”.[17] Los bares y centros nocturnos en Tijuana, conocidos en la localidad como antros o congales, no son solamente espacios a los que la población acude de tanto en tanto para romper la rutina cotidiana impuesta por el trabajo u otras actividades, sino sitios donde tiene lugar buena parte de la vida cotidiana, la actividad económica y social de una porción de la sociedad local cuyos ingresos y empleos dependen, de manera directa o indirecta, de las actividades que en ellos se realizan. Tradicionalmente estas actividades se han llevado a cabo sobre todo en las zonas Centro y Norte, aunque en años recientes se han añadido otras como Otay, La Mesa, el Florido y Rosarito, donde el número de bares y table dance se ha incrementado de manera notable. Inclusive en la calle Revolución, la Revu, donde se ubican los centros nocturnos más conocidos, se han abierto nuevos bares. En el callejón Coahuila, donde se encuentran chicas que traen de todas partes de la República a las que llaman las paraditas, también se ha incrementado el número de establecimientos donde se les prostituye. Con respecto a los muchachos, localmente les llaman chirujos a los que se prostituyen. Los lugares donde ellos se ubican para esperar a sus clientes, son: el parque Teniente Guerrero, la Plaza Santa Cecilia, la Zona Norte y el Centro de la ciudad. Sus clientes son norteamericanos o mexico-americanos que vienen los fines de semana y rentan una habitación en algún hotel o bien le pagan un cuarto al muchacho durante el mes y lo visitan los fines de semana. Al parque Teniente Guerrero acuden los clientes en sus autos, principalmente los miércoles. A los norteamericanos de mayor edad que establecen una relación relativamente más estable con los muchachos les llaman chenchos, figura a la que se identifica como la de un “protector” a quien en Estados Unidos dan el nombre de sugar-dady. Según lo pudimos constatar, y lo refieren los testimonios que más adelante citamos, en varios de los establecimientos de la zona Centro, la mayor parte de las chicas que en ellos trabajan realizando espectáculos nudistas y prostituyéndose, son menores de entre 14 y 17 años de edad. Ello a pesar de que las autoridades realizan inspecciones continuas para verificar que no se emplee a menores en estos sitios, cuestión que se reduce a exigir que las chicas cuenten con la tarjeta que les expiden los servicios de salud del Municipio. Una buena parte de las chicas que trabajan como bailarinas en estos espectáculos son migrantes, aunque también hay chicas que nacieron y crecieron en la localidad. Las bailarinas tienen un estatus más alto que las paraditas pues mientras que estas últimas ofrecen sus servicios en la calle y pueden cobrar desde 50 pesos, las primeras cobran 300 pesos por jornada más lo que obtengan de los clientes como propinas o por los servicios sexuales que les presten en los privados con los que cuentan los centros nocturnos. A los table dance de la zona Centro acuden sobre todo turistas norteamericanos mientras que a los de la zona Norte acude principalmente la clase trabajadora local o bien turistas, pero de menos recursos que los primeros. La prostitución de más alto nivel, en cambio, es la que se realiza por cita en las casas de masaje. La presencia continua, sobre todo de jóvenes norteamericanos, ha preocupado a las autoridades del otro lado de la frontera, en particular por el número de accidentes de tránsito que muchas veces provocan al regresar alcoholizados. Ello ha motivado la realización de diferentes estudios para corroborar el número de jóvenes que atraviesan, los lugares que visitan y el número y tipo de infracciones que cometen de uno y otro lado de la frontera. De acuerdo con estos estudios, en el periodo de 1998 al 2000, un promedio de 8 mil jóvenes norteamericanos cruzaron la frontera hacia Tijuana durante cada noche de los fines de semana (Romano et.al., 2000; Johnson, 2000). Los autores atribuyen este flujo a que en nuestro país los menores pueden de facto ingresar a los centros nocturnos y consumir bebidas alcohólicas, además de que existe un bajo nivel de aplicación de las leyes y el alcohol es más barato. Mediante la aplicación de diversas encuestas, los estudios revelaron que 10 % de los que visitan Tijuana son militares o marinos que tienen su base en el área de San Diego y que el número de norteamericanos detenidos en México por conducir en estado de ebriedad o por otras faltas menores, descendió entre 1998 y el 2000. Sin embargo, 88 % de las más de 4 mil infracciones cometidas por norteamericanos durante el periodo, fueron por faltas relacionadas con el consumo de alcohol. También se menciona que los norteamericanos acuden con mayor frecuencia a los bares donde se realizan shows eróticos y son menos propensos que los mexicanos a contratar servicios sexuales en la calle. La encuesta reveló, así mismo, que los bares a los que acuden con mayor frecuencia los norteamericanos, son propiedad de ciudadanos o residentes de ese país (Romano et.al., 2000; Johnson, 2000). Por otro lado, en la entrevista que realizamos a la coordinadora de un albergue que desde hace varios años presta servicios y refugio a mujeres prostituidas y a sus hijos, explicó que el tema de los explotadores es el más difícil de abordar con las mujeres. Señaló que a muchas de ellas las traen con engaños un grupo de padrotes que opera en la región cercana a Toluca, Estado de México, y que capta a niñas de 12 o 14 años a quienes promete llevar al norte para hacerlas “artistas”. Ellos le dan dinero a su familia, especialmente si enfrentan situaciones de emergencia, a fin de que confíen en sus promesas. Como les dan por adelantado entre 300 y 500 dólares, las presionan para que, una vez que comienzan a trabajar, les entreguen la mitad de sus ganancias más 200 o 300 dólares que les cobran por la ropa que les dan. Todas estas deudas se las van acumulando hasta que ellas se dan cuenta que es demasiado y comienzan a protestar. Entonces empiezan a golpearlas o las privan de alimentos para demostrarles quién tiene el control. Al poco tiempo, las chicas comienzan a deteriorase y ellas mismas dejan de comer como un síntoma en que se manifiesta su decepción y su baja estima. En un principio les dicen que se van a casar con ellas, las tratan muy bien y durante dos meses hasta les compran regalos y perfumes. Después les dan su ropa y las ponen a trabajar. A otras chicas las consiguen en la cárcel. Las buscan allí y les dicen que las van a sacar y las van a ayudar, pero luego que las sacan, las comienzan a prostituir. Las chicas que traen de fuera nunca habían hecho eso; no tienen idea del trabajo que vienen a realizar. Cada padrote suele tener entre 4 y 7 chicas trabajando para él. Ellos son capaces hasta de matar para proteger su negocio. La coordinadora refirió el caso de una niña a la que mataron. Primero estuvo trabajando para ellos, pero luego decidió colaborar con la policía y logró identificar a dos sujetos que estaban muy involucrados en traer chicas y en el tráfico de drogas y por eso la mataron. A otra chica le arrojaron una botella de ácido y, a una tercera, que también había colaborado en la denuncia, el albergue tuvo que enviarla fuera de la ciudad para protegerla. Agregó que también a través de las chicas ha conocido de varios casos de policías que son padrotes. Respecto a las chicas, explicó que muchas son madres solteras y, aún así, el padrote les pide que tengan un hijo con él “para probarle que lo aman”. Algunas regresan al sur a dejar a sus niños con su familia, otras los tienen con ellas en el hotel donde trabajan. Explicó que, por ello, la organización en la que colabora brinda apoyo a los niños pues muchas veces éstos andan en la calle durante la noche mientras sus madres se ocupan. Hay niños que se salen a la calle desde los 7 u 8 años y ya después se acostumbran a vivir allí y ya no quieren regresar. Cuando les dan dinero se lo gastan en juegos electrónicos en lugar de comprar comida, pues no hay nadie que los cuide. Algunos de estos niños comienzan a prostituirse desde esa edad y no es poco frecuente que los hermanos más grandes enseñen a los más pequeños. “Para ellos es normal, no conocen otra cosa, han nacido y crecido en ese ambiente”. Por último, explicó que también el albergue ha dado apoyo a personas homosexuales que se prostituyen así como a otros que han adquirido el VIH/Sida pues todos ellos, dijo, son personas muy desprotegidas que sufren todo tipo de rechazos. Y agregó: “he aprendido que muchas veces el violador también fue violado”. En una entrevista con los médicos que tienen a su cargo expedir las tarjetas de salubridad, explicaron que el principal objetivo de este programa es la prevención de enfermedades de transmisión sexual y que la forma como lo llevan a cabo es “a través de una invitación obligada”, ya que hay inspectores que recorren los establecimientos y si encuentran trabajadoras sexuales que no tienen la tarjeta, los pueden clausurar. Señalan que su labor es, en general, mal vista por la comunidad pues se les ve como si extendieran “un permiso para poder ejercer la prostitución”. Así mismo, dijeron, otra idea falsa que circula con frecuencia es que, protegiendo a las trabajadoras sexuales, todos estarán a salvo. Los médicos explicaron que, mientras la
atención se centra en las sexoservidoras, se descuida mucho a los
menores, siendo que cada día hay más niñas y niños que se prostituyen.
Un dato indicativo a este respecto es que, durante el año 2000, se
reportaron en el Estado 2,317 casos de niñas y niños de entre 10 y 14 años
que presentaron enfermedades venéreas. En opinión de los médicos, el
incremento en el número de niños explotados se debe a la inestabilidad
que tienen en sus casas y a la falta de interés que existe en la familia
hacia ellos, “lo que les hace
sentir que mientras todos les
cierran las puertas, incluyendo las universidades, hay otros que se las
abren, aunque sea para hacer negocio con ellos”. También opinaron
que seguramente habría más hombres en este trabajo si hubiera más
mujeres que se lo solicitaran. Además, dijeron, a las chicas las inducen
desde los 14 años por lo que las manipulan más fácilmente y una vez que
las han prostituido, es difícil que las acepten en cualquier lado: “nadie
las quiere cerca de su casa”. De las jóvenes que solicitan la tarjeta sanitaria, 90 % viene de otra entidad y 45 % dice que su familia no sabe en qué trabaja. Los médicos señalan que no todas las chicas que la solicitan son de bajo nivel socioeconómico sino que también acuden estudiantes que llegan para hacer dinero durante una temporada y luego se regresan a sus lugares de origen. También hay chicas que trabajan concertando citas a través de Internet o de un celular, pero ellas no acuden a los servicios públicos de sanidad ni cuentan con tarjeta porque nadie se las solicita. El personal de salud indicó que, en los centros nocturnos más costosos, hay chicas que vienen de Estados Unidos, Brasil o Argentina, aunque son muy pocas. En otros sitios de menos nivel hay muchas chicas centroamericanas que han llegado con la intención de reunir dinero para después atravesar la frontera. En cuanto a los dueños de los bares y de las salas de masaje, son personas que, por lo regular, se ocultan y operan sus negocios a través de terceros. Se trata casi siempre de personas que tienen poder e influencia en la localidad, pues estos negocios son muy redituables y las licencias para operarlos no se conceden fácilmente, además de que siempre actúan violando las normas y negociando con las autoridades para que les permitan hacerlo a cambio de cuotas o multas. Explicaron que muchas de las chicas que trabajan en estos establecimientos tienen 13 o 14 años pero que ello ocurre porque conviene a ambas partes: “los propietarios obtienen ganancias y las chicas trabajan allí porque se sienten más protegidas que trabajando por su cuenta”. Por su parte, una psicóloga que trabaja para un organismo civil que lleva a cabo programas de salud sexual y reproductiva entre sexoservidoras, refirió algunos datos sobre las chicas que trabajan en casas de masaje. Señaló que algunas de ellas son estudiantes y menores de edad, de alto nivel socioeconómico, que pueden ser bilingües y llegar a cobrar hasta 3 mil pesos por sus servicios. Estas chicas se emplean en casas de masaje y estéticas que se encuentran en Otay, a unos pasos de la línea fronteriza, donde llegan turistas norteamericanos a buscarlas. A ellas se les pide que estén disponibles en una sala de recepción para que, cuando llegue el cliente, tenga la posibilidad de elegir. Por otro lado, refirió que la prostitución también es frecuente entre las chicas que trabajan en las maquiladoras, algunas de las cuales son menores de edad. Funcionarios del Consejo Tutelar señalaron, por su parte, que los casos de niños y niñas que han sido prostituídos son frecuentes entre los 300 menores que, a finales de 2001, se hallaban internos en la institución. No siempre quienes los explotan son ajenos a su familia pues también han encontrado casos de niñas que se prostituían para ayudar a sus padres a solventar los gastos. La mayoría de las niñas se inicia entre los 11 y los 13 años. A menudo se les remite al Consejo Tutelar por infracciones al bando de policía y buen gobierno como son: vagancia, consumo de bebidas alcohólicas o drogas. Una tercera parte de las niñas que ingresan han sido prostituídas. En su mayoría, no son de la localidad por lo que su familia no las visita. También hay chicas de la localidad entre las cuales el nivel de reincidencia es más elevado: las envían con su familia y al poco tiempo vuelven a ingresar. En la gran mayoría de los casos, los niños víctimas de explotación sexual tienen problemas de consumo de drogas y no es raro que en su familia existan otras personas que han sido sexualmente explotadas. Otros datos relativos al año 2000 proporcionados por el personal del Consejo Tutelar indican que, del total de los hombres adultos acusados de lenocinio, 10 % ha prostituido a menores. Y, del total de menores infractores, 12 % se ha prostituido por lo menos de manera ocasional. En algunos casos han podido constatar que los niños que han sido prostituídos desde pequeños, después inician una carrera delictiva a la que van sumando delitos cada vez más graves, sobre todo, el robo y el tráfico de drogas. Los funcionarios del Consejo entrevistados estiman que una cuarta parte de quienes se prostituyen en Tijuana son menores de edad. Dado que a las niñas las inician entre los 11 y los 13 años, cuando tienen 18 los explotadores consideran que ya están “viejas”. “Ellos siempre buscan niñas nuevas”. Al Consejo también han ingresado niños víctimas de pornografía. Entre ellos, un grupo de niños de la calle con quienes un japonés elaboró material de pornografía y zoofilia. Este grupo de explotadores tenía a los niños secuestrados en varios ranchos y se había llevado a varias niñas a Japón. También ha habido norteamericanos que han venido a elaborar este tipo de material. Ellos alquilan residencias en Rosarito a donde llevan a los niños. No siempre estos últimos han aceptado rendir testimonio en estos casos. También ha ocurrido que los explotadores se hacen pasar por familiares de los niños internos con el fin de obtener su libertad, o bien han intentado sobornar a los guardias para llevarse a los niños antes de que ellos los denuncien. También refirieron que existe un gran rechazo por parte de la sociedad local hacia los chicos y chicas que han sido prostituídos. “Generalmente, no se les quiere brindar una segunda oportunidad”. Sus padres son muchas veces personas que tienen problemas con las drogas y su nivel de escolaridad suele ser muy bajo. En ocasiones, sobre todo a las chicas, se les lleva a las prisiones para adultos pues se han hecho pasar por tales para que les proporcionen su tarjeta de salubridad. En estos casos es frecuente que los dueños de los establecimientos acudan a pagar la multa para que las chicas salgan y puedan continuar trabajando. La población de las chicas que trabajan en los bares es sumamente inestable. A ellas las tienen un tiempo allí pero luego las llevan a otras ciudades de la República. La prostitución en las niñas, de acuerdo con los mismos funcionarios, es menos oculta que en los varones. A ésta última se le estigmatiza aún más y también se utiliza más a niños para elaborar material pornográfico que a niñas. Ellos calculan, por último, que, de los 8 mil niños/as y adolescentes que viven o trabajan en las calles en Tijuana, aproximadamente 600 se prostituyen. Una cifra semejante es la de quienes trabajan en bares, centros nocturnos, hoteles o casas de masaje, por lo que estiman que, en total, unos 1,200 niños/as y adolescentes son víctimas de explotación sexual en la localidad. Esta cifra coincide aproximadamente con el cálculo de 1,000 niños/as que nosotros elaboramos tomando en cuenta y cruzando los datos de todas las fuentes consultadas. Cabe aquí hacer notar por nuestra parte que,
si bien formalmente los menores de edad no se hallan internos en el
Consejo Tutelar por ejercer la prostitución, en los hechos se les priva
de su libertad con diferentes pretextos, como son las infracciones al
bando de policía y buen gobierno, que, como vimos en los párrafos
anteriores, esconden o minimizan el trato y la atención que deberían
recibir en su condición de víctimas de explotación sexual. A ello
contribuye que no existen instituciones ni programas públicos o privados
que brinden la atención especializada que estos niños y niñas
requieren, razón por la cual se les envía, indebidamente, al Consejo
Tutelar. Inclusive el
personal de éste hizo referencia a los conflictos que enfrentan cuando
solicitan que otras instituciones atiendan a los menores prostituídos “ninguna institución los quiere recibir porque temen que contaminen
al resto de su población”. 2.4 Entrevistas con los
chicos y chicas. Las entrevistas que realizamos con chicas y chicos que están siendo explotados, dan cuenta de la manera como han ingresado al comercio sexual, de las condiciones en que viven y prestan sus servicios, así como de la forma en que se miran a ellos mismos, al ambiente que los rodea y en que se sitúan frente a sus circunstancias. Reproduzco por ello algunos fragmentos de 5 entrevistas que realicé a chicas y 5 a chicos que, en su mayoría, tuvieron lugar en las habitaciones de los hoteles donde ellos viven. Al concluir las entrevistas haremos un análisis de su contenido. Alín es una chica originaria de Mazatlán que tiene 17 años y que, al igual que dos de sus hermanas, de 16 y 19 años de edad, trabaja como bailarina en un centro nocturno desde donde también se contrata para prestar servicios sexuales. Cada una trabaja en un sitio distinto pero rentan habitaciones en un mismo hotel de la zona Centro en donde viven. Su madre radica también en Tijuana y las visita frecuentemente pues por lo menos una vez a la semana llega al hotel para pedirles dinero. Alín
relata: “Nosotros
somos siete hermanas y un varón; en total somos ocho. Yo me vine a vivir
para acá porque mi mamá fue por mí. Ella atiende un puesto de jugos y
vive con mi hermano, su esposo y mis dos hijos que tienen cuatro y dos años
de edad. A mis niños los visito cada semana. Mi papá se quedó a vivir
en Mazatlán. Ellos se separaron cuando yo tenía 13 años y primero se
vino mi mamá para acá y ya luego fue por nosotras. Bueno,
en realidad el señor con el que vivíamos en Mazatlán tampoco es mi papá
pero él fue quien me crió. Él trabajaba en el campo y ya no quiso que
fuéramos a la escuela porque quería que le ayudáramos a cortar madera.
Él me trataba muy mal, me pegaba con lo que encontraba: con cables, con
la escoba, con lo que fuera. Me corría de la casa porque no me quería;
decía que yo no era su hija. Mi hermana me dice que yo no soy hija de mi
papá ni soy su hermana y eso me hace sentir muy mal. También a mi mamá
la trataba bien mal, por eso se vino para acá. Mi papá se quedó
encerrado porque lo acusaron por haber violado a otra de mis hermanas que
ahorita tiene 15 años. A él le dieron 18 años de cárcel. Yo tenía
13 años cuando quedé embarazada. El papá de mi niño era un militar que
trabajaba en un campo de tiro cerca de donde yo vivía. Yo me quería
casar con él pero mi papá no me dejó. De mi segundo niño salí
embarazada ya estando aquí. Mi hermana mayor fue la que me dijo que
viniera a trabajar en los hoteles. Yo tenía 14 o 15 años y ella ya tenía
tiempo trabajando aquí. Ella me dijo que se ganaba bien. A mí al
principio me daba pena trabajar en los bares. Comencé a tener problema
con las drogas; usaba cristal, pastillas, pegamento y mota… Mi hermana más
chica también trabaja en bares. Ella es muy rebelde, no me hace caso, usa
de todo, sobre todo, píldoras. En
Ensenada también trabajé en bares con mis hermanas. Allá nos daban
tarjeta de Salubridad pero luego cerraron el bar. Aquí también dan
tarjeta pero ya no hemos ido a que nos revisen… En Sinaloa hay muchas
muchachas que se quieren venir para acá porque les gusta venir a trabajar
en los bares. A veces hasta les mandan dinero de los bares para que se
animen a venir a trabajar. Otras se vienen solas. Donde yo trabajo, de
cada diez, cuatro somos menores de edad. En los bares casi la mayoría son
menores de edad. No nos piden papeles. Cuando llegan los del reglamento,
piden las credenciales pero el dueño paga y ya con eso no hay problema. Aquí
hay un muchacho que me quiere llevar, quiere que me case con él. Él es
policía y quiere que me vaya a vivir con él a Nayarit. Él trae su
camioneta Explorer…A mí lo que me gustaría es estudiar pero no puedo
porque ando trabajando. Me dicen que me meta a estudiar computación, pero
no puedo porque ando bien desvelada. Entro a trabajar a las 8 de la noche
y salgo a las 7 de la mañana. En veces trabajo dos turnos, desde las 12
hasta las 8 y de allí hasta las 7. En cada turno hago como 4 bailes. Me
gusta mucho bailar, no me gusta que me vean desnuda, pero así es mi
trabajo… Cuando van conocidos, me da pena, no quiero ni bailar. En los
bares me tratan bien, nunca he tenido problemas. Me pagan 300 pesos cada
noche que bailo, más las fichas de las bebidas y los dólares que me
ponen los clientes. La mayoría de los clientes son chinos que vienen de
América. Ellos nos llevan a pasear a las playas o a comer y nos pagan
bien; nos tratan bien. A veces vienen y se quedan tres días, luego se van
y a la semana o a las dos semanas regresan…No todos los clientes son así.
A una chica, nomás porque no se dejó que le pusieran un dólar, un
muchacho le quebró una botella en la cabeza. También tenemos problema
con el muchacho que nos anuncia porque le gusta agarrarnos el dinero; nos
los saca de la bolsa y ya nos quedamos sin el dinero de las fichas. Uno se
enseña a bailar viendo a las compañeras, nadie más nos enseña. El bar
donde trabajo lo acaban de arreglar: lo hicieron más grande, le pusieron
más pistas para baile y construyeron unos privados. Entrar a los privados
con nosotros le cuesta 25 dólares al cliente por cada canción. Ahí sí
nos pueden tocar pero mientras bailamos en la pista, no. A mí no me gusta
ir a los privados, me da mucho miedo pues hasta te pueden golpear. A una
muchacha la mató un gabacho en un hotel nomás porque ella no quiso darle
otra media hora. Me
gustaría ya no estar aquí. Me gustaría una vida más buena para mis niños.
Me gustaría encontrar otro trabajo en que me pagaran bien o pudiera
estudiar. Aquí sí gano bien pero ya no me está gustando. Cuando estén
grandes mis niños no quiero que vayan a decir que dónde estoy
trabajando. Mi mamá nos dijo que mejor trabajáramos en el bar a que
estuviéramos drogándonos en la calle. Nos dijo que no quería que anduviéramos
dando lástima en la calle”.
Otra de las chicas, Violeta,
tiene 14 años y, al momento de la entrevista, tenía apenas unas
cuantas semanas que había comenzado a prostituirse. Ella y otras seis
chicas trabajan para un señor que las promueve en los bares entre los
turistas norteamericanos. Ella dijo: “Yo
nací aquí en Tijuana aunque mi familia es de Sinaloa. Mi mamá se vino
desde los 16 años y aquí se juntó con mi papá. Él tenía un puesto de
tacos y ella le ayudaba. Yo nací cuando ella se vino para acá. Tengo dos
hermanos que viven allá en Sinaloa. Yo he
usado drogas: mariguana, cristal, píldoras, éxtasis y chemo. Antes iba a
la escuela pero ya no voy. Me salí de mi casa y de la escuela. Me salí
porque mi mamá se juntó con mi padrastro y yo quería que estuviera con
mi papá pero ella no quiso. Cuando me salí me viene para acá con todas
las morras. Aquí fue que empecé a consumir la droga. En los bares no
trabajo porque no me dejan entrar, a mí me consiguen los clientes y los
traen aquí al hotel. Ellos vienen del otro lado; son chinos, a veces, y,
a veces, americanos. Aunque te traten bien, te sientes mal porque sabes
que lo haces por dinero, pero a todo se acostumbra uno… al principio
sentía más feo. Aquí también hay otra chica que hace lo mismo y tiene
13 años. Hay un
muchacho de aquí de Tijuana que nos consigue los clientes. Él tiene 38 años
y se dedica a conseguir clientes americanos. Él se queda con una parte
del dinero y nos trae los
clientes para acá. Somos seis morras, la más chica tiene 13 años y la más
grande 16. Todas se salieron de su casa. En bares hay muchas más. Cuando
llega el cliente, él escoge con quién se va entre las chicas que estamos
trabajando con él. De esto todo me hace sentir mal, no me gusta. Nomás
es el dinero lo que necesito, lo demás no me gusta. Yo probé
todas estas drogas por mi soledad, porque me da tristeza hacer lo que
hago, porque no está conmigo mi mamá, porque siento un vacío, una
soledad muy grande. Lo que más quisiera hacer es cambiar de vida pero
necesitaría apoyo. No quiero ir con mi mamá porque nos peleamos muy feo.
Yo creo que no me sentiría a gusto pidiendo ayuda, yo quiero hacer las
cosas por mí misma”. Dora tiene
13 años; ella nació en Tijuana y es la más pequeña de un grupo de seis
chicas que se prostituyen por su cuenta en un hotel donde cada una renta
una habitación en la que vive. Ella relata: “Mi
papá vino de Mexicali y mi mamá de León, pero ya tienen muchos años
que viven aquí. Ellos se separaron cuando yo tenía 3 años. Tengo cuatro
hermanos, yo soy la segunda. Nomás yo ando aquí, llegué por mis amigos.
Yo hice hasta el primer año de la secundaria pero ya no continué porque
me enfermé. Me dolía mucho la cabeza. Mi
mamá trabajaba en un hotel, estuvo un tiempo sola pero luego se fue otra
vez con mi papá. Él es plomero. Yo me salí de mi casa hace seis meses.
Me salí porque tenía muchos problemas: mi papá no me dejaba ver a mi
mamá y cuando dijo que nos regresábamos otra vez a la casa, yo ya no
quise ir. Mis papás no se llevaban bien porque él toma mucho. Yo ya no
quiero ir porque allá va a ser otra vez lo mismo. Conocí a Violeta
y ella me dijo que si me quería venir para acá y me vine. Ella y yo
vivimos en el mismo cuarto, pagamos 50 dólares a la semana. La comida la
compra cada quien cuando tiene dinero. Violeta
y yo casi siempre andamos juntas. A mis amigas les gusta que yo me vaya
con ellas, por eso me voy. De drogas, las he usado todas: chemo, píldora,
cristal, mariguana, éxtasis… todas. Yo tengo poco tiempo haciendo eso de conseguir clientes. Nos los consigue un muchacho y nosotras vamos al hotel donde vayan los clientes. Los clientes que tengo son señores que vienen de San Diego. Uno tiene 19 años, otro 30 y otro 35. Nunca me han maltratado, van a lo que van, me dan mi dinero y ya…. Me siento mal por hacer este trabajo, nunca pensé que llegaría a esto, siempre tuve otra cosa en mente. Nos lleva a esto los problemas que tenemos en la casa o también porque nos gusta andar en la calle. A mí me gustaría ser doctora. Mi papá me dijo que quería que yo fuera doctora porque se le murió una hermana de Sida y nadie pudo hacer nada por ella… Tuvimos problemas con unos de la PGR porque no les hicimos caso y no nos quisimos subir a su carro. Nos subimos en otro y por eso ayer nos levantaron y ya nos dijeron que no nos quieren ver por aquí. Los de la PGR querían que les dijera quién vende la droga pero yo les dije que por qué yo les tengo qué decir?… Además, no es delito que me suba yo a otro carro y no al de ellos pero eso les molestó. Aquí si tú acusas a un policía porque te quiso forzar a tener relaciones, no hay quién te tome la denuncia. No me gusta agarrar dinero que me den mis papás, pienso que también lo ocupan ellos, por eso no me gusta. Yo quiero hacerlo por mi misma. Yo no les echo la culpa a ellos pero en diferente forma ellos me hicieron sufrir demasiado y por eso me tuve que ir y me fui”.
Priscila, una de las
hermanas de Alín, tiene 16 años
y es otra de las chicas que trabaja bailando y prestando servicios
sexuales en un bar. Ella también vive en el cuarto de un hotel de la zona
Centro. Sobre su trabajo, relata: “Tengo
que ir a trabajar cada noche para poder pagar el cuarto. Me cobran 150
pesos al día y yo gano 300 pesos por la variedad cada noche más los dólares
que me pongan de propina. Los mejores días son los viernes y sábados.
Tengo un año y medio trabajando en diferentes bares. Me voy cambiando de
un bar a otro, conozco muchos bares, los conozco todos. En todos los bares
hay menores hasta de 13 o 14 años, aunque ellas dicen que tienen 19. De
todos modos nos dan la credencial. Nos piden acta de nacimiento y
credencial de elector, pero a mí me dieron la credencial cuando cumplí
17 años. Mi
pareja es oficial de la policía, me dice que me vaya con él aunque mi
mamá no quiere porque le dijeron que me había pegado. Él es de Los
Mochis, Sinaloa, me quiere mucho. Él no entra a los bares porque no le
gusta, él me quiere sacar de allí. Yo a él ya tengo cuatro años que lo
conozco. Él estuvo casado, luego se separó y luego se volvió a casar.
Yo me quiero ir con él porque ya me enfadé de estar aquí; ya no quiero
ir a trabajar. Tengo otro cliente que también me quiere llevar. Él vive
en América y dice que me sacaría mis papeles para que pueda ir con él.
Él siempre me da 100 dólares o 50 y me compra ropa. No sé qué hacer,
si irme para allá o quedarme con el oficial. El cliente ha venido aquí
al hotel y también ha ayudado a mi hermana porque dice que es su cuñada
chiquita. Siempre
he deseado un hijo porque dicen que cuando la mujer tiene un hijo es
cuando madura más. Un hijo le da a uno muchas experiencias; la hace a uno
ser mujer de verdad. Dicen que un hijo es lo mejor que hay en la vida.
Pero, si yo tuviera un hijo, me iría para el sur con mi abuelita, mis tíos
y mis primos. Yo no quisiera que mi hijo anduviera aquí.
Tijuana es la perdición: hay mucha prostitución, Sida y ya pasé
muchas experiencias con la drogadicción. Cuando
trabajaba en Ensenada me hacían análisis cada 8 días para el Sida. A
las paraditas también les hacen sus análisis pero a nosotras las que
trabajamos en los bares no nos los hacen porque no sabemos a dónde ir. A
veces voy con un amigo que es brujo y que me da lavados vaginales; se
siente muy fresco. Hasta ahora no he tenido infecciones muy fuertes.
Siempre me he cuidado porque aquí hay mucha gente que tiene Sida. Aquí
como las personas vienen del sur y de muchas partes llegan a lo más fácil,
a la prostitución, como le ocurrió a mi hermana. A mí me trajo una
muchacha y me entregó con un muchacho a los 12 años para que tuviera
relaciones pero me escapé porque yo era señorita. El muchacho me agarró
pero le di una patada y me salí. Cuando me vine para la Revu tenía yo 13
años y nadie me creía que yo era señorita; nadie lo creía. Aquí empecé
a andar en la calle y a usar chemo, píldoras, cristal. A los 16 años un
militar abusó de mí. Me tapó la boca, me puso una pistola y me dijo que
me dejaba o me mataba. Yo nunca dije nada”. Hernán es un muchacho que ya cumplió los 18 años pero que, desde pequeño, sobrevive en la calle, tanto con lo que obtiene prostituyéndose, como del robo y de la venta de drogas. Ahora vive en la habitación de un hotel donde también viven otros muchachos y muchachas que se prostituyen. Debido a que conoce bien el medio y tiene más experiencia que otros, actúa como jefe de un grupo de muchachos a quienes les surte drogas lo que, sin embargo, no impide que en ocasiones ellos lo despojen de su dinero o de los objetos que ha robado. Hernán se salió de su casa siendo pequeño porque su padre, que es policía, abandonó a su madre y él esperaba que al irse a la calle su padre se preocupara y decidiera regresar. Ello no ocurrió y sólo años más tarde el padre le explicó que no podía regresar porque tenía otra familia. Tampoco Hernán regresó. Varias veces ha sido detenido por robo, aunque por poco tiempo, pues ser hijo de un policía le ha servido para ser puesto en libertad. Sobre su historia, relata: “Mi
mamá es de Morelia, yo estaba chiquito cuando nos venimos a Tijuana. Ella
trabaja en un restaurante. Mi papá se fue de la casa cuando mi mamá
estaba embarazada y no volvió. Hace poco que me lo encontré y me dijo
que iba a ir a la casa pero no fue. Tengo seis hermanos. Yo me salí de mi
casa desde los 9 años porque me gustó la vagancia y la droga. Como a los
11 años comencé a usar drogas: chemo, mota, cristal, coca, piedra y píldoras.
Me empecé a juntar con la gente del centro porque allí trabajaba mi mamá.
Nosotros
decimos que nos salimos porque nos golpeaban en nuestra casa, pero en la
calle hay más golpes que en la casa. Yo he intentado regresar a mi casa
pero no aguanto… se te hace hábito vivir aquí. La calle es como la
droga, se te hace costumbre, se hace maña. Ahora pienso que, si hubiera
podido escoger, hubiera preferido quedarme en la casa. Prostituirse
es la mejor manera de ganar dinero fácil. Todos los que andan conmigo lo
hacen. De cien niños que están en la calle quizás uno no lo ha hecho.
Casi todos andamos afuera desde la misma edad. Los clientes son turistas
que vienen del otro lado y que nos pagan de 50 dólares para arriba. Ellos
son de todas las edades pero casi siempre son mayores de 24 años. Me da
asco cuando me acuerdo. Me siento mal porque me doy cuenta que todo lo he
hecho en vano por la necesidad de sobrevivir. Algunos
clientes me decían que me fuera a vivir con ellos y de momento me iba por
agarrar la feria. Eso era cuando estaba más morrillo. Ahora los tumbo:
les doy su cerveza, le pongo dos pastillas, los dejo allí y me llevo su
cartera… pero antes, ¡qué iba a poder hacer eso!, estaba más
morrillo. La calle te quita la timidez, te hace ser una persona que no
eres. Si allí me quedo, quién sabe qué va a ser de mí… No hay
libertad en la calle, uno piensa que la hay pero cuando uno empieza a
comprender, es demasiado tarde. Yo no veo qué pinche libertad puede haber
en la calle si todo el tiempo tiene uno que andarse cuidando de que no te
lleve la policía y tienes que estar a la defensiva, cuidándote de todos.
Tienes libertad nomás para vivir el día y estar preocupado de qué vas a
comer… eso no es libertad. Todos mis amigos más grandes quedaron en la
cárcel o están muertos. Allá en la calle todo el tiempo nos pasan
cosas, otro amigo murió de SIDA: que descanse en paz. Muchos han muerto
por sobredosis. No sé de ninguno que se haya ido para su casa y se haya
quedado allí. Los que van se quedan por un tiempo y vuelven a regresar. La vida
en la calle no es grata, si te dejas, te trata de lo peor. Aquí uno no
tiene amigos, no tiene a nadie en quien pueda confiar plenamente. Cuando
confías en alguien, te jode, es por la misma loquera de sobrevivir.
Prefieren joderse unos a otros que arriesgarse, siendo que aquí hay
muchas formas de agarrar dinero vendiendo droga a los turistas. A mí me
robaron dos celulares que tenía en mi cuarto. Se acostumbra uno. Entre
nosotros todo el tiempo estamos así: unos contra otros, unos contra
otros. Desde morro uno empieza a agarrar el rollo: si te dejas, te
humillan, si te portas bien, eres pendejo, y eso mismo hace que desde
chico andes a la defensiva, a que no te dejes de nada porque si te dejas,
ya valiste gorro. Aquí es como los animales en la selva: el más fuerte
es el que va sobreviviendo. Los problemas no son con otras personas sino
entre nosotros. Todos nos conocemos desde chicos y también nos protegemos
unos a otros. Aunque estemos enojados, si uno está en peligro, nos
ayudamos unos con otros. Si
te encierran para que dejes la droga, es peor, en todos mis amigos he
visto eso, adentro te vuelves más y más drogadicto. Muchos de mis amigos
están en centros de rehabilitación o en manicomios. De todos los que
andamos aquí yo pienso que aquí nos vamos a quedar. Si somos 40, yo creo
que sólo unos tres van a tener la suerte de poder salir; los demás aquí
nos vamos a quedar. Esto te jala porque es como un imán bien poderoso que
te atrapa. A las
morras que se prostituyen yo las veo normal. Si ellas hacen su feria así,
yo no las veo feo, me llevo bien con ellas. Yo pienso que es igual que
nosotros, aunque sean mujeres, ni modo que lo hicieran por gusto. Hasta es
peor para ellas porque tienen que estar soportando borrachos. Cuando no
andamos en friega, cotorreamos con las morras, pero a la hora que cada
quien sale a conseguir su feria, ellas se van por su lado y nosotros por
el nuestro. Ellas hacen sus tranzas y nosotros las nuestras. A mí no me
gusta jalar con las morras porque luego, si asaltamos a los clientes y
caen los chingadazos, luego les tocan a ellas. Sobre todo los filipinos,
esos no se dejan, se te voltean y te ponen una… que por eso no me gusta
jalar con las morras. Los policías, mientras le traigas dinero, no te
hacen nada. Hasta te ponen el trabajo: si ya te conocen que eres malandrín,
te van y te dicen cuánto trae tal persona para que te lo tumbes. Ellos se
quedan por allí mientras lo asaltas para que te moches y les des su
tajada”. Miguel tiene 15 años y fue deportado por las autoridades norteamericanas después de haber sido detenido numerosas veces en San Diego por atravesar la frontera de manera ilegal. Desde pequeño vivía en la calle y cruzaba la frontera para ir a robar en los almacenes del otro lado y también para prostituirse con los clientes que buscan a los niños en el parque Balboa. Sobre su historia, relata: “Yo
soy de aquí de Tijuana y algunos de mis hermanos también. Mi mamá no sé
de dónde es porque nunca me lo ha dicho. Apenas fui al segundo de
primaria porque ya tengo rato que dejé a mi familia, desde los 8 años.
Me salí porque no quería estar encerrado. Mi mamá va a veces a vender
cacahuates en el Centro. Mi papá es muy estricto, es muy enojón, no sé
en qué trabaja. Un tiempo estuve viviendo en la línea con los polleros y
con la gente que está allí para pasar al otro lado, y de tanta cruzada
que di, tuve problemas. Me llevaron al Juvenil y luego me deportaron.[18] Yo me iba para el otro
lado a robar en las tiendas y así me la llevaba. Me cambiaba de ropa en
las tiendas y luego me salía. Como me
quedaba en la calle, ese señor que abusó de mí me quería mandar. Después
me detuvo la migra y me enseñó todo mi récord y me dijo que si volvía
a Estados Unidos me iban a agarrar. Para uno es muy difícil si uno es
menor y no tiene papeles o si está uno ‘quemado’ con la migra. Yo ya
me acostumbré, me cruzaba así por las orillitas y me saltaba y me
quedaba bien callado. Ya luego los de la migra nos dejaban pasar diario a
varios amigos y a mí. Ellos andaban malabareando en la calle. Estuve
también en Los Ángeles un mes pero allí no tenía nada qué hacer
porque allí hay puros latinos. Luego fue que me encontré con el señor
que me abusó y, como yo no tenía dinero, por eso lo hice. Después me
dijo que él tenía una amiga y que me iba a pagar para que yo tuviera
relaciones con ella y él pudiera ver. Me llevó a su casa con ella y me
puso películas pornográficas y lo hice y luego me volvió a dejar en el
centro de San Diego. Ahí me quedaba a dormir en la calle. Luego tuve una
infección sexual muy fuerte y fue cuando la policía me detuvo y me curó,
sólo que la policía dijo que no me iba a entregar a la migra y sí me
entregó. Me sentí bien feo de estar en la cárcel porque no estaba yo
impuesto a estar encerrado”. Javier es un chico de 14 años a quien entrevisté en un albergue de Tijuana. Él había sido enviado ahí por autoridades norteamericanas que lo deportaron después de que había logrado escapar de una pareja que lo había llevado a Estados Unidos para prostituirlo. Como era un niño que había tomado hormonas para afeminar su cuerpo, era objeto de burlas y agresiones por parte de los compañeros del albergue, por lo que los encargados pensaban que no podría permanecer por mucho tiempo ahí. Por otro lado, autoridades norteamericanas del Departamento de Justicia lo reclamaban para que testificara en contra de quienes lo habían explotado. Considerando el peso de los acontecimientos que narraba, Javier contaba su historia con una facilidad sorprendente lo que hacía pensar que todavía no podía tomar plena conciencia de lo que le había ocurrido. Su relato es el siguiente:
“Yo soy de Guadalajara, no
conozco Tijuana. Trabajaba en el aeropuerto de Guadalajara, en una lonchería,
y unas personas que llegaron allí me ofrecíeron trabajo, me dijeron que
me fuera con ellos para el otro lado. Me fui y ahí me vestía de mujer,
me prostituían, me pegaban y hacían que asaltara a los clientes, por eso
me escapé. Los que me llevaron eran un muchacho americano y una mujer
mexicana. Yo me salí de mi casa para ayudar a mi mamá y acepté irme del
otro lado porque los dólares valen más (que el peso)
y también porque se le vienen a uno muchas ideas a la cabeza. En Estados
Unidos duré dos o tres meses. Estuve en Los Ángeles, Santa Bárbara y
Nueva York. Me prostituían con viejos, bailaba en cabarets. Yo desde
que estaba en Guadalajara me vestía de mujer e iba a las discos. Yo traía
el pelo largo y me veía más grande vestida de mujer. Tenía 12 años
cuando empecé a ir a las discos, me llevaban amigas, yo iba en sexto año.
Luego me salí de la escuela por andar siguiendo el dinero. En Estados
Unidos andábamos una semana en cada lugar. Estuvimos también en Santa Mónica
y en muchas partes. Iban con nosotros más muchachos y muchachas, todos
eran de México, iban porque querían, no por obligación. A veces me
tocaba asaltar viejos. Un día nos llevamos la mochila llena de dólares
que traía un señor. Me escapé y me agarró la migración, por suerte
estaba yo en San Ysidro. Me escapé y creyeron que era niña y me llevaron
a la Garita de Otay y a la semana tuve que decir la verdad porque me sentía
afligido, porque era más malo no decirlo. Mi mamá
está muy preocupada, muy triste. De aquí no sé a dónde me vayan a
mandar porque las personas que me llevaron son peligrosas, por eso me
quieren llevar del otro lado para que testifique. Yo pienso que está bien
para que pueda estudiar y no quede en lo mismo. A mí me llevaban a bares,
les enseñaban a los señores mis fotos y me iba con los que me escogían
a hoteles.
Lo que estoy viviendo aquí son humillaciones y maltrato por parte
de los menores… me dicen homosexual, me echan caca en la cara, me
orinan… Como son niños de la calle, ya ve lo que les hacen las drogas.
Yo también usé: tomé pastillas, cocaína y píldoras anticonceptivas
como hormonas. También anduve vestido de mujer en México, en un bar de
la Zona Rosa, y luego me fui a Acapulco vestido de mujer. Había otros
menores pero yo me fui por mi cuenta. En cambio, cuando me llevaron los señores,
me trataban a puros patadones cuando no quería prostituirme; me quitaban
todo mi dinero, nunca me quedé con nada. Me daba miedo, por eso no pude
escapar. Es
bien triste que haya tantos niños prostituyéndose. Me gustaría trabajar
o de cortar el pelo o de doctor, pero yo no sé por qué siempre me ha
dado por vestirme de mujer. He tratado muchas veces de cambiar pero ya no
puedo y si ya no puedo es porque el destino me hizo así. Me siento mal
porque ya no quiero ir con mi mamá, me da vergüenza porque yo pensé que
iba a triunfar ¡y ya ve qué triunfo!…Yo quería ayudar a mi mamá
porque mi papá es dueño de una fábrica pero no nos ayuda en nada. Él
no nos ayuda porque tiene otra señora y porque le valemos… Yo nunca he
hablado con él pero si le importáramos, ya nos estaría buscando”.
Jerónimo tiene 17 años y nació en Tijuana. Su madre vino de
Sonora y su padre de Manzanillo. Tiene dos hermanos. Sobre su historia,
relata: “Mis papás se separaron
cuando yo tenía 4 años. Me acuerdo cuando mi mamá empezó la relación
con otro. Él me pegaba, me insultaba y me empecé a salir a la calle
cuando tenía 7 años. También a mis hermanos les pegaba, los regañaba,
nos dejaba encerrados en el cuarto. También a mi mamá le daba. Él
tomaba mucho. Mis hermanas se quedaron en la casa y él abusó de una de
ellas, por eso ahorita está en la cárcel desde hace 5 años. Él
trabajaba haciendo tabiques en Otay. Mi mamá ahora está del otro lado,
trabaja en Sacramento haciendo limpieza en casas. Desde que me salí hasta
ahorita me empecé a juntar con los chavos de la Zona Centro. Usaba drogas: cristal, coca, píldoras, mota y resistol.
Antes usaba más el resistol, ahora la mota. Primero empecé a robar y
como me agarraba la policía, empecé a pensar mejor las cosas y entonces
me puse a vender droga y después empecé a prostituirme. A los 12
años empecé a prostituirme en la Plaza Santa Cecilia y todavía sigo allí.
Ahorita vivo en el Centro, en unos departamentos. Rento un cuarto y de vez
en cuando llevo amigos a vivir conmigo. Entre dos amigos rentamos el
cuarto. Sacamos dinero de la prostitución, de vender drogas y de
conseguir cosas robadas de las casas que se puedan vender rápido. Los
clientes que vienen a Santa Cecilia son filipinos, negros, americanos, la
mayoría no son mexicanos. Vienen y se van y vuelven a venir o a veces
vienen más seguido. Todo tiene un tiempo; vienen cuando pueden. La mayoría
viene cada semana o cada dos semanas. A ellos les vendemos también
drogas. Lo que más usan es el cristal o la mota. Nunca me han agarrado
con mucha droga, nomás con poquita y como es para mi uso, no me detienen. Al
principio yo no conocía la prostitución, ya después fui conociendo más
las calles y fui conociendo eso. Me platicaron unos amigos y luego me fui
con ellos, me llevaron droga y luego fui empezando a saber que prostituyéndote
agarras más dinero pero, así como agarras, lo vas gastando más fácilmente.
También es más doloroso porque cuando lo haces por gusto, es diferente
que por necesidad. Es que cuando uno se levanta, tiene hambre. No me ha
gustado la vida que he vivido pero ya qué, ya la he vivido. A veces me
recuerdo todo lo que pasa en las calles y me digo: nunca vamos a poder
salir de aquí”.
Enrique es un muchacho
que tiene 18 años pero que, desde los 14, se salió de su casa y comenzó
a prostituirse. Él nació en Colima pero dice que, “desde
morrillo, me viene a vivir aquí con mis papás. Mi
papá tiene un negocio de camiones grandes; mi mamá no trabaja, es ama de
casa. Tengo un hermano más chico que está con ellos y que estudia. Yo me
salí de mi casa desde los 14 años. Me vine solo para acá, me quedaba a
dormir en el Bordo y luego en el parque Teniente. Allí empecé a
prostituirme. Yo lo veo normal, cualquiera lo hace. Quisiera que hubiera
sido diferente y no como estoy ahorita: valiendo gorro en la calle. Tengo
SIDA… me salen unas pinches manchas por todo el cuerpo. Mi madre
no es mi madre, es mi madrastra. Me golpeaba mucho, me ponía a hacer
quehaceres, siempre me ofendía, me decía malas palabras. Cuando quería
algo de mi, me hablaba con cariño y cuando no, me insultaba. Cuando me
dijeron que ella no era mi mamá, ya lo entendí… Cada vez fueron
avanzando más lo golpes que me daba. Yo huí de mi casa sólo por eso. A
un niño, como lo enseñes, así va a ser. A mí me pegaban hasta porque
me asomaba a la ventana. Por culpa de ellos aquí estoy valiendo gorro. La vida
la tengo que ver como es, como venga. Yo no sé nada, yo ya no siento
nada. Creo que no sé lo que es dolor, ya no sé ni cuándo tengo hambre.
Aquí no hay ayuda, siempre hay que dar algo a cambio de algo y yo no
quiero dar lástima”.
Alma es una chica de 17
años, que se vino de Ensenada porque su hermana está aquí. Ella trabaja
bailando en un bar y vive en la habitación de un hotel en el que también
vive su hermana. Es el administrador quien las prostituye a ambas. Ella
dice: “Yo vine hace apenas dos
meses, mi familia se quedó en Ensenada. Ya me habían dicho que aquí podía
uno agarrar dinero. Tengo dos hermanos y un hijo que se quedaron con mis
papás. Ellos no saben en qué estoy trabajando. No he podido ir a verlos
porque me robaron todo mi dinero. No sé si fue aquí en el hotel o en el
bar; la verdad es que no me di cuenta porque estaba borracha. Estudié
hasta sexto año pero me salí porque ya no quise estudiar; era bien burra
para las matemáticas. Ya no quise ir a la secundaria. Mi papá es
velador, mi mamá ama de casa. Él era antes policía, pero se salió. Ya
me habían dicho mis amigas que aquí había dinero. Cuando llegué nos
metimos a un bar y ahí conseguimos trabajo. Nos tratan bien, no hemos
tenido problemas. Nos pagan por bailar y aparte las propinas: por bailar
son 300 pesos toda la noche más un dólar si alguien nos saca a bailar.
Por ir al privado son 100 pesos. Si vas al cuarto, debes usar condón. Un
cliente me dio 80 pesos, otro 100. Otros me dicen que vaya por 40 o 50 y
entonces no voy. Sólo si me dan de 80 para arriba, voy, si no, mejor me
quedo sentada. Los policías que han ido no me han dicho nada ni me han
pedido mi credencial. En veces
quisiera irme pero, por todo lo que hay aquí, no es fácil. Te detiene
eso de tomar, bailar y ganar dinero. También mi hermana está aquí.
Antes vivía con un tipo que la golpeaba.
Según me dice, con el que vive ahora, que es quien administra el
hotel, no la golpea. Antes de venirme, me iba a casar con un señor, pero
me puso lo cuernos. Por eso me vine aquí a las discos a relajarme y a
olvidar todo. Cuando me metí con él, desapareció, por eso me sentí mal
porque vi que sólo quería eso. Si supiera que estoy
aquí, creo que se
sentiría mal. Yo me junté con un muchacho desde los 15 años y luego
empecé a agarrar las drogas. Fue por la decepción de que me dejó el papá
de mi hijo y yo me quería morir. Él era mariguano y fumaba cristal. Me
entró tanto odio que me tatué y empecé a usar drogas: thiner, mota,
heroína, cristal, cocaína. Después volví a mi casa y ya después fue
que conocí al señor con el que me iba a casar. Mi
hermana lloraba de ver cómo le ponía yo a las drogas, pero me propuse y
salí adelante. Me dijo que ella nunca se iba a drogar pero llegó aquí y
luego, luego, agarró las
drogas. Cuando la vi así, me salí a comprar drogas otra vez y le dije:
así me querías volver a ver, verdad?. Ella le empezó a poner a las
drogas porque su compañero la golpeaba y la drogaba y la llevaba a los
bares para prostituirla. Yo creo que él la empezó a enviciar para
ponerse de padrote porque comenzó a agarrarle su dinero. Él le traía
todos los días su hamburguesa o su hot dog y su licuado. Él también me
quiso agarrar a mí para prostituirme pero le dije que a mí no me iba a
hacer tonta y le llamé a la policía. La policía tardó más en llevárselo
que él en regresar porque, según me dijo, tiene amigos que lo protegen. Yo hasta
ahorita no he tenido padrote pero quiero aprender quiénes son los
padrotes. Es que aquí todos
te piden: que préstame un dólar, que préstame tanto, todos te quieren
padrotear. Te dicen que te quieren y te enamoran. Yo a veces no sé si
creerles porque hay varios que me dicen que me quieren. Cuando no tengo
ganas de ir al cuarto, les digo que no, o si acaso tengo sexo, siempre es
con condón y sólo por 15 minutos. Nomás que me inviten a tomar y ya.
Con la coca te pones tranquila y te duermes, al menos a mí me da esa
reacción. Puedes comer bien y dormir bien pero a cada rato estás queriéndola
y deseándola. El cristal, en cambio, te pone agresiva y a mí me hace que
me ponga más abierta y sincera con los clientes. Hasta les digo ‘yo soy
nueva aquí en la prostitución’ y nomás se ríen…”. Conclusiones Intentaré recuperar brevemente algunos de los elementos que considero más significativos de las entrevistas anteriores, especialmente aquellos que son comunes a todas o a varias de las historias de vida que las chicas y chicos relataron. Tratando de enfocar la mirada sobre el conjunto, considero que el primer elemento que podemos destacar es el hecho de que la vulnerabilidad de los niños y su exclusión, no se iniciaron cuando ellos empezaron a ser sexualmente explotados. Pienso, más bien, que la situación que podríamos caracterizar como de vulnerabilidad primaria, habría propiciado o sentado las condiciones sobre las que más tarde se confirmó su exclusión o se produjo, por así decir, su situación de vulnerabilidad secundaria. Lo que intento subrayar es el hecho de que estos niños, desde muy pequeños, sufrieron graves carencias que los colocaron en una situación de desventaja, la que muy probablemente contribuyó a que fueran captados y reclutados para el comercio sexual. Se trataría, más bien, de un conjunto de desventajas que, según podemos leer en sus relatos, se habrían ido sumando o encadenando, e incluso potenciado unos a otros, llegando al extremo de dejar a los niños sin elementos, sin puntos de apoyo tanto en sí mismos como en su entorno más próximo y en su comunidad, que les permitieran enfrentar su situación de otra manera. Es decir, algunos de estos niños sufrieron rechazos, privaciones, abusos y/o humillaciones de manera tan continua como severa, que no sólo los despojaron de los recursos materiales necesarios para subsistir, sino que también los dejaron desposeídos de los vínculos y del soporte afectivo, social y comunitario que requerían para poder hacer frente a situaciones particularmente difíciles como son el poder resistirse a las ofertas técnicamente probadas, eficaces y seductoras que emplean padrotes y reclutadores. De tal manera fueron los niños privados de dichos bienes, de dichos elementos, que su capacidad para defenderse, para echar mano de recursos acumulados, quedó prácticamente anulada, inutilizada después de haber vivido dentro de un contexto donde carecieron de los elementos mínimos que les hubieran permitido constatar que su vida era valiosa, importante, o que tenía algún sentido para quienes los rodeaban y que, además, en caso de que éstos por alguna circunstancia les fallaran o no pudieran cumplir con su papel, habría autoridades, instituciones o representantes diversos de una comunidad que seguramente respondería por ellos. Nada de esto ocurrió. Ni encontraron el respaldo en su núcleo más próximo y, fuera de éste, encontraron sólo el rechazo, el silencio, la ausencia de toda respuesta, lo que les permitió confirmar lo que ya antes habían aprendido: que su vida no tenía valor y que no habría nadie que respondería por ellos, circunstancias que los explotadores saben muy bien utilizar en su favor. En algunos casos los niños habían sufrido abusos sexuales por parte de familiares o de otras personas en su entorno, sin encontrar que alguien tratara de evitarlo o los protegiera, por lo que no es extraño que se plantearan, que si de todos modos eran cosas que no podrían rehuir o que tendrían que soportar, al menos podrían hacerlo procurando obtener alguna ventaja. En otros casos los niños fueron claros en señalar que prostituirse es la única manera que han encontrado para no tener que dormir en la calle, para poder pagar la renta de un techo. En casi todos los casos encontramos como un antecedente al que los niños confieren un valor significativo, la separación de los padres. Sin embargo, y a diferencia del enfoque tradicional que considera a la desintegración de la familia per se como uno de los factores de riesgo más importantes, no considero que la separación en sí misma sea la que hubiera colocado a los niños en una situación de desventaja. A mi modo de ver, se trata, más bien, del tipo de separación que tuvo lugar, del valor agregado que, por así decir, tuvieron separaciones acompañadas de golpes, insultos, humillaciones o bien de silencios y abandonos en medio de los cuales se disolvió la pareja sin que mediara explicación alguna. Son este tipo de separaciones las que produjeron severos daños sobre los niños. Fue la forma desafortunada y violenta en la que los padres encararon la separación, más que ésta misma, la que ocasionó a los niños tanto daño y tanto dolor. En algunos casos los niños tomaron la calle como una medida extrema con la que intentaban llamar la atención, pues pensaron que de este modo sus padres se volverían a reunir o dejarían de combatir. En otros, tomaron la calle huyendo de una situación que les parecía literalmente insoportable, insufrible. Sin duda esto agravó su vulnerabilidad, los colocó en un riesgo mayor y los puso en circunstancias que facilitaron que después fueran explotados. En otros casos la urgencia de obtener recursos no parecía tan grande como la necesidad de obtenerlos por ellos mismos, de no depender de lo que podrían darles sus padres o incluso de no aceptar lo que pudieran darles si esto implicaba que ellos se privaran de algo. Otro factor que se repite y que indudablemente es una pieza importante dentro del conjunto, es la falta del padre o de quien, más allá de la persona, ejerciera debidamente su función; esto es, de alguien que se preocupara por los hijos y por su trayectoria, que estableciera límites que fuesen respetados, en fin, que tendiera con ellos un lazo significativo. La ausencia de padre o de quien ejerciera su función, sumada a la presencia de madres que tendrían más responsabilidades de las que podrían asumir, deja a estos niños en una débil posición. A menudo sus madres tienen que multiplicarse y están tan extenuadas que no alcanzan o no atinan a proteger a sus hijos lo que en buena parte se debe a la falta de apoyo por parte del padre así como al hecho de que ambos han tenido más hijos de los que podían cuidar y hacer crecer. Que existe una situación de vulnerabilidad primaria que se origina en la familia queda de manifiesto en algunos casos en que, como se observa en el relato de los chicos/as, son varios los hermanos/as que han sido explotados y, por tanto, quienes han tenido que sufrir una segunda forma de exclusión o de vulnerabilidad secundaria. Que en otros casos un chico o chica salga de la familia y sea explotado para proteger de esta manera a sus hermanos o hermanas, no hace sino demostrar que todos han estado expuestos a condiciones de vulnerabilidad primaria, si bien en estos casos algunos deben exponerse para proteger a otros de formas más extremas de abuso. Algunos también señalan que no encontraron la manera de sobrevivir dentro de su familia, puesto que convivir ahí les parecía intolerable, si bien se dan cuenta que al salirse quedaron expuestos a nuevas y más severas formas de abuso y exclusión. Como quedó claro en los relatos, la droga es un problema de prácticamente todos los chicos y chicas explotados que, una vez más, remite tanto a sus condiciones de vulnerabilidad primaria como a las que son propias de los espacios donde se les explota y donde son vulnerados de manera secundaria. Si bien, por un lado, sorprende y alarma que los chicos y chicas hayan consumido drogas de todo tipo en cantidades considerables, por otro, este hecho nos habla del medio social en el que se desenvuelven y que pone todo esto a su alcance, al mismo tiempo que nos habla del tamaño de su desesperación y de que las drogas son el único recurso que han encontrado para poder tolerar y sobrellevar tantos abusos, tanta soledad, tanto dolor, tanta desprotección. Otro elemento que encontramos en común en sus relatos y que vale la pena destacar es la abrumadora presencia de policías, pero no como protectores o guardianes del orden y de la ley, sino como padrotes, extorsionadores, violadores o padres que los abandonan. Ello nos habla, una vez más, del ambiente de desprotección e inseguridad en el que viven los chicos y chicas y de condiciones de vulnerabilidad secundaria que no hacen sino arraigar, confirmar y reproducir las condiciones de vulnerabilidad originaria en las que crecieron. Es indudable que todo lo anterior sienta las bases sobre las cuales, especialmente las niñas, son susceptibles a las promesas y los engaños de los explotadores, en buena parte porque están dispuestas a creer y a pagar cualquier precio a cambio de que alguien les ofrezca compañía y protección. La mayoría de las veces la situación en la que se encuentran les impide percatarse, cosa que sólo logran mucho más tarde, de que el costo es excesivo, las promesas son falsas y que ellas no han sido más que el instrumento que permite al otro obtener las ventajas económicas que desde un principio buscaba. Vale la pena destacar que otro de los elementos que las entrevistas muestran en común es que ni uno solo de los chicos y chicas que entrevistamos dijeron que les gustara lo que hacen. Todos, sin excepción, expresaron sentimientos de vergüenza, dolor, pena, asco y, consecuentemente, de desvalorización de su propia imagen. Aun las chicas que tienen poco tiempo de ser prostituidas, anhelan otro tipo de vida, les gustaría tener otras oportunidades, quisieran poder estudiar y llegar a ser profesionistas. Para otros chicos ha pasado demasiado tiempo, ya no se permiten soñar, han perdido la esperanza de salir de allí y tienen casi la certeza de que morirán en la calle, en la cárcel o infectados de Sida. Piensan que ya no podrán reincorporarse a la sociedad, que no se ajustarían a las normas que impone convivir en una comunidad, que permanecerán excluidos. Ellos viven al margen, con una tristeza profunda, acallando su desesperación, adormeciéndola con las drogas. Se han vuelto más violentos y no confían en nadie porque de nadie han recibido confianza. Tienen muy pocas reglas, entre ellas, sobrevivir, al costo que sea. En lo que se refiere a la posición social que ellos y sus padres ocupan o los sectores a los que pertenecen, en casi todos los casos forman parte del sector informal de la economía o se hallan subempleados, por lo que carecen de registros y no tienen acceso al sistema de bienestar social. Sus padres y madres son vendedores, cortan leña o desempeñan diversos oficios casi siempre al margen del sector formal de la economía. Muchos de ellos dejaron con desesperación el campo y vinieron al norte buscando mejores oportunidades. Casi todos los chicos entrevistados llegaron a Tijuana siendo pequeños y, desde entonces, no han podido ubicarse sino en los márgenes, como excluidos de la sociedad. La
sociedad local, por lo menos a través de la mirada de los niños,
permanece insensible a sus sufrimientos. No hay nadie que preste atención
mientras su vida transcurre de bar en bar, de explotador en explotador. A
pesar de que algunos chicos y chicas han sido sometidos de manera continua
a formas extremas de denigración, no han encontrado sino falta de interés
y de apoyo para poder modificar su situación. Vale la pena agregar que
los norteamericanos que acuden a divertirse a los sitios donde los chicos
y chicas son explotados, o que son dueños de estos establecimientos,
tienen también, sin duda, una parte de responsabilidad. Bibliografía
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