Affectio Societatis
N° 4 Junio de 1999
Revista Electrónica del Departamento de Psicoanálisis
Universidad de Antioquia
ISSN: 0123-8884
La inocencia como cualidad que
identifica el ser del niño en el siglo XIX buscará presentarse en su proceso de
construcción sociohistórico y sus consecuencias en la dialéctica de las
relaciones familia-niño.
En un segundo momento del trabajo buscará elaborarse la significación de ruptura que el concepto de sexualidad infantil, elaborado por Freud, introduce en esa representación social del pequeño inocente tan cara a los hombres y mujeres de la época Victoriana. Para ello algunos puntos de la teoría freudiana serán retomados, buscando apreciar sus efectos e importancia en la sociedad y la familia.
Introducción.
El tránsito de estos dos conceptos es
preciso indagarlo en las condiciones históricas que lo hicieron posible.
La inscripción social de la significación
del niño en la cultura occidental, remite a las representaciones colectivamente
construidas en el transcurrir de los siglos que perfilan para cada época una
imagen de niño a partir de la cual, las expectativas y los intercambios sociales
entre adultos y niños logran un sentido particular que atraviesa las prácticas
cotidianas entre ellos y proyecta una dialéctica de relaciones que tiene que
ver con el futuro de cada sujeto y de cada sociedad.
Históricamente, la imagen de niño ha sufrido
varias transformaciones que se diferencian por las valoraciones que los adultos
y la comunidad dan a su existencia. Valoraciones que tienen que ver con el
desconocimiento o reconocimiento de su especificidad, entendida como una manera
particular de existir entre los otros.
El ser del niño emerge de esta manera, del
discurso del Otro. De un Otro que significa los seres y las cosas e inscribe, a
través del lenguaje en el interior del sujeto y de la sociedad los diversos
sentidos en los cuales y por los cuales, el niño define una posición frente así
mismo y a sus semejantes.
En un rápido recorrido histórico, podemos
decir que la representación de niño ha ido desde algo similar a un borramiento
simbólico, e incluso físico por parte de los adultos hasta su exaltación,
pasando por épocas de progresivo reconocimiento , que le fueron dando, de esta
manera, entidad social, es decir que posibilitaron la construcción social de su
especificidad.
Llegar a la construcción social del niño
como inocente, supuso un proceso de diferenciación física, psicológica y social
con el adulto, con quien en una época estuvo confundido. Para ello, el cuerpo,
sus capacidades físicas y facultades mentales tuvieron que ser reconocidas en
su particularidad por contraste con las del adulto.
Una concepción de niño incapaz, inepto,
imposibilitado por sí mismo para la comprensión del mundo, se extendió y
profundizó entre los siglos XVII al XIX y sus consecuencias pueden estimarse en
los rigores del sometimiento de que fue objeto en las instituciones educativas,
en la familia y en la sociedad en general. Pero además, como efecto de su
"debilidad mental" fue considerado como un ser puro, lo cual lo fue
elevando ante los ojos de los otros, en el transcurrir de los siglos
mencionados, hasta el punto de constituirlo en un símbolo con claras analogías
con lo divino. El esfuerzo familiar, educativo, social debía orientarse a
preservar su pureza, vale decir, a no descubrir ante él los misterios de la
vida - léase de la sexualidad - hasta tanto su razón, que debía consolidarse
con la adultez, se lo permitiera.
De la sexualidad infantil del inocente es
entonces de la que Freud habla al final del siglo XIX y comienzos del XX.
Escándalo, indignación, ruptura marcan el comienzo del discurso psicoanalítico
sobre los niños.
La perspectiva del presente escrito, es
mostrar como la representación de niño es una construcción que se sitúa en un
tiempo y en unas condiciones culturales determinadas, para lo cual mencionaré
algunas de las imágenes construidas a través de la historia. Precisaré luego,
la concepción del niño inocente, como efecto en el sujeto de la mentalidad de
una época y por contraste algunos de los descubrimientos de Freud sobre la
sexualidad infantil.
I. El niño en la sociedad Romana.
Podría afirmarse que el niño en la
antigüedad romana,( siglos I y II) para sobrevivir debía pasar por un doble
nacimiento: Cuando salía del vientre materno y cuando superaba el rito de ser
alzado por el padre del suelo donde era colocado al nacer. Elevación física y acogimiento
que tenía el significado de la aceptación, del reconocimiento por parte del
padre, y que le daba el derecho a la vida. De no producirse este acto, se
sobreentendía su rechazo por lo cual el niño era abandonado, expuesto en la
puerta de la casa a las inclemencias del tiempo, produciéndose su muerte cuando
no era recogido por alguien que se compadeciera de su suerte. Crecer, vivir no
era algo ordenado por la naturaleza del infante, era una atribución del padre,
quien en un acto de elección decidía adoptarlo o no.
La adopción de este tipo y las adopciones de
niños con los que no se tenía ningún vínculo de consanguinidad, por ejemplo,
hijos de los esclavos, o niños abandonados, u otros niños esperados o
conocidos, era una práctica corriente y además legal en tanto no era penalizada
y era reconocida por la sociedad.
La elevación o alzamiento, la adopción y el
infanticidio, eran los mecanismos que daban cuenta en la familia de las formas
de crecimiento de la misma y de anticoncepción utilizadas. Los dos primeros
siglos del imperio romano atestiguan la amplia extensión de estas prácticas, en
donde, los niños no deseados, ya fueran éstos, hijos de hombres libres o de
esclavos, los hijos del adulterio, aquellos que nacían con alguna deformidad, o
enfermedad, las condiciones de pobreza, eran motivos suficientes para el
abandono o la muerte.
Encontramos aquí representaciones que
excluyen al niño del universo afectivo de los mayores o por lo menos lo sitúan
frente a los padres y semejantes de una manera tan peculiar que resulta difícil
para nosotros comprender. Diríamos que no existe un sentimiento de la infancia
o mejor que dicho sentimiento coloca al niño como un objeto cuya existencia
absolutamente contingente no quita ni agrega bienestar o felicidad a aquellos
con quienes el niño convive. Se asiste así a una especie de borramiento
simbólico, que llega a tener su correlato mas claro en la supresión física, es
decir en el infanticidio.
Hacia finales del siglo II, esta situación
comienza a cambiar. Una nueva moral, (la estoica) empieza a inscribirse
socialmente y dentro de ella la familia adquiere un nuevo estatuto. Esto supone
transformaciones en las representaciones y relaciones entre niños y adultos lo
cual puede apreciarse, tal como lo registra, uno de los mas autorizados
historiadores de la infancia y la familia, el francés Philippe Aries, en las
lápidas funerarias italianas y galo-romanas, en las que se representa a los
cónyuges junto con sus hijos, en donde los esposos repiten exactamente el gesto
ritual de las nupcias, cogiéndose de la mano derecha.
Ya hacia el siglo VI, el matrimonio logra
una dimensión moral que no tuvo en la Roma antigua, dando un nuevo sentido a la
vida y a la muerte. La unión de los cónyuges se hace sagrada al igual que los hijos
que son su fruto. . Ahora los vínculos carnales y sanguíneos se hacen más
importantes que las decisiones sustentadas en la voluntad del padre. El
matrimonio monogámico prevalece sobre otras formas de unión libre, el marido
sigue conservando el derecho de repudiar a su mujer, y la indisolubilidad de la
unión, como efecto del influjo de la iglesia, y del progresivo reconocimiento
de la comunidad y del Estado toma su lugar como principio sustentador de la
familia. La historia del niño no puede pues, desvincularse, de la historia de
la familia.
" En el siglo VI empiezan y durarán
mucho, tiempos duros, en los que las ciudades se contraen y se fortifican, se
erigen castillos, y diversos vínculos de dependencia sustituyen a las
relaciones de derecho público existentes en la polis antigua y en los estados
griegos: vínculos de lealtad personal, compromisos de hombre a hombre. El poder
de un individuo ya no depende solamente de su rango, del cargo que ocupa, sino
además del número y lealtad de su clientela, la cual se confunde con su
familia, y de las alianzas que se puedan establecer con otras redes
clientelares....De este modo los hijos legítimos, ilegítimos y los tomados por
adopción logran un papel extraordinario. Hacen falta hijos, muchos
hijos,...para constituir una reserva a la cual poder recurrir, en el caso,
frecuente, de incidentes y de mortalidad." (Aries P. 1986. P. 6)
La fecundidad y el niño toman nuevos
sentidos, nuevos significados. Sin embargo la indiscutible revalorización de la
fecundidad puede contrastarse con la ambigüedad que se registra en la
revalorización del niño. Aunque el infanticidio se convierte en delito y es
perseguido, y los recién nacidos entran a ser tutelados por la iglesia y el
Estado, formas enmascaradas de supresión física siguen manteniéndose durante
varios siglos. A las muertes de los niños se les buscará ahora una razón:
Asfixias en la cama mientras dormían, ahogamiento en pozos o en tinajas, caída
a las chimeneas como accidentes casuales en los que los padres o cuidadores no lograron
llegar a tiempo.
A pesar de esto es posible afirmar que
paralelamente, el niño empieza a tomar un lugar importante para los adultos. Su
vida empieza a ser, en general, valorada, y la figura y la gracia del niño son
considerados como atributos en los que los padres y mayores se complacen. Una
nueva mirada se instaura frente al infante, lo cual puede registrarse en la
iconografía de la época, en donde la figura de efebo, tal como lo registra P.
Aries, aparece por todas partes adornando los castillos. El nuevo aprecio del
cuerpo y de la gracia del niño permite deducir un nuevo sentimiento de la
infancia, que lo reconoce de alguna manera en su especificidad, es decir, en
sus particularidades físicas y psicológicas frente a los adultos.
II. La imagen del niño en la edad media.
" La infancia perderá, a lo largo de
la edad media y durante bastantes siglos, la acentuada peculiaridad que había
adquirido en la Roma imperial, de la cual es testigo el puesto que ocupó en el
arte y en la decoración. Se dispersará, mientras que, en cambio, la tendencia a
revalorizar y sacralizar el matrimonio no sólo se mantendrá sino que incluso se
verá reforzada. Es como si, mas allá de un cierto límite, los lazos sanguíneos,
que habían creado un espacio aparte para el niño actuasen en sentido contrario
y redujesen ese espacio. Parece como si el hombre de principios de la edad
media sólo viese en el niño un hombre pequeño, o mejor dicho, un hombre aún
pequeño que pronto se haría - o debería hacerse- un hombre completo: un período
de transición bastante breve. En aquel duro ambiente de guerreros, la debilidad
que simboliza el niño ya no parecía agradable y gentil." (Aries P. 1986. p.10.)
La iconografía de la época, muestra una
percepción del niño que apenas se diferencia del adulto por su talla. Su gesto,
su contextura, su ausencia de gracia y de armonía mostraban un adulto
disminuido en su tamaño. El período específicamente infantil, remitía a aquella
época de la vida en que la fragilidad del cuerpo y la ausencia de lenguaje, impedían
al niño valerse por sí mismo. Una vez superadas estas deficiencias básicas se
mezclaba en el mundo de los adultos, para ayudar en su trabajo y para compartir
con ellos su cotidianidad.
En ese sentido puede decirse que no había
rasgos específicos que caracterizarán la infancia y que como tal no existía
esta categoría en la mentalidad de la época.
Entre los siglos XII y XIII, van apareciendo
imágenes de niño que guardan una mayor similitud con su representación moderna:
El ángel con rasgos más suaves, redondos y graciosos, incluso un poco femeninos
será una representación que tendrá gran frecuencia en el siglo XIV. Tal como lo
registra Aries, los ángeles de los pintores Boticelli, Fra Angélico y
Ghirlandajo, atestiguan esta nueva representación.
Hacia el siglo XII la imagen de niño Jesús o
la virgen niña empieza a tomar un lugar preeminente.. En el siglo XIII aparece
cada vez con mas frecuencia el niño desnudo, (los putti) que representa el
amor, el ángel y el alma inmaculada, o lo que es lo mismo la inocencia del niño
bautizado.
A partir de este siglo el niño ya no estará
ausente de la edad media, tendencia que se acentúa con el surgimiento del
retrato en el siglo XV y la gran expansión de la representación de los putti, o
niños desnudos.
Las imágenes que van emergiendo a partir del
siglo XII, hasta el siglo XIX llevan la impronta de las ideas religiosas
predominantes en la Europa de la edad media. El ángel, el niño Jesús, el niño
desnudo que evoca al ángel, dicen de un sentimiento de la infancia atado a un
sentimiento religioso que atribuye particularidades al niño que tienden a
emparentarlo con la divinidad. Se busca suprimir en la representación colectiva
del niño sus características de humanidad, es decir sus deseos, sus pasiones,
presentándole, además, un ideal al que se debe esforzarse por parecer, para
asegurar una adultez noble y la posibilidad de su trascendencia en la vida
celestial.
III. El niño, un inocente.
Hacia finales del siglo XVI, la decencia en
el comportamiento es ya un valor que se exige al niño con mayor o menor
rigurosidad dependiendo de la edad por la que atraviesa.
Durante los tres primeros años a nadie se le
ocurría impedir que el niño jugara públicamente con sus genitales, se
divirtiera con ellos y los ofreciera como objeto de tocamiento, de
contemplación, de diversión para los adultos, que tenían por costumbre celebrar
legitimar y gozar estas gracias.
El padre de Dainville, historiador de los
jesuitas y de la pedagoga moderna, citado por Aries, observa: en esa época,
siglo XVI, el respeto debido a los niños era algo completamente ignorado. La
gente se permitía todo delante de ellos: frases licenciosa, acciones y
situaciones escabrosas, los niños lo oían todo, lo veían todo." ( Aries P.
1987. p.147.)
Es de anotar, que esta falta de reserva en
relación con la sexualidad del niño parece apoyarse en la idea de que allí no
era posible discernir pasión o concupiscencia, es decir completa ajenidad del
niño a la sexualidad. No se presumía que se afectara su inocencia, pero, además
era un juego placentero y a nadie se le ocurría preguntarse de dónde derivaba
ese placer. Digamos que era una pregunta imposible para la época. Hacia los
cinco años, ya no se usa jugar con las partes íntimas del niño, aunque no se le
prohibe divertirse con las de las personas que lo atienden y le sirven,
teniendo en cuenta que las cuidadoras tenían sus camas al pie de la del niño.
Todas éstas libertades deben desaparecer
automáticamente cuando el niño cumple siete años. Es esta la edad en la que la
educación debe comenzar, porque precisamente es en esa edad en la que según la
iglesia católica el niño ingresa al uso de la razón. A partir de este momento
el niño debe aplicarse a aprender la decencia de los modales y el lenguaje.
Empieza a ser reprendido para que acepte callar en sus palabras y en sus gestos
un saber que había exhibido ante los otros en años anteriores.
En este proceso puede observarse, que
mientras el adulto consideraba al niño un ser irracional, podía gozar con él de
sus juegos sexuales. Puede advertirse un algo de exceso que desconoce los
efectos que puede tener para el niño. Cuando el niño adviene a la razón, el
adulto tendrá que guardar compostura y exigirla. Pareciera que la racionalidad
del niño pudiera captar ese goce del que no se puede hablar cuando se ha
llegado a la adultez. Algo del orden de la transgresión parece estar presente
en este segundo comportamiento. La sexualidad será reconocida solamente
asociada a la procreación como una responsabilidad planteada al ciudadano por
la Iglesia y el Estado. Del deseo y de su satisfacción no es posible hablar.
Al niño de diez años se exigía una
discreción y compostura. que nunca se le hubiera demandado en los primeros
años. De esta manera, la educación buscaba someter aquello que resultaba
incompatible con el comportamiento adecuado de los adultos. Esto se registra en
el detalle de las normas educativas y de las invenciones pedagógicas, creadas
entre los siglos XVI al XVIII, que en su excesiva severidad, hablaban sin
decirlo de algo que había que domeñar: la carne, la molicie, como perdición del
alma y del cuerpo de mujeres y hombres.
Esa repugnancia tardía hacia los adornos
sexuales que el niño ponía a sus juegos con los demás, es también el resultado
de todo un movimiento de reforma de las costumbres, que se desarrolla desde el
siglo XVI, que toma gran intensidad en el siglo XVII y que se consolida como
renovación religiosa en el siglo XVIII.
Papel fundamental en las transformaciones
del período juega un selecto y reconocido grupo: los moralistas, los
reformadores, los humanistas, y dentro de estos, de una manera destacada, los
jesuitas del monasterio de Port Royal, en la introducción de una religiosidad
en las prácticas de la vida privada de los adultos pero por encima de todo en
la formación y educación de los niños y jóvenes. Es necesario decir que cada
uno de éstos personajes logró una relativa influencia en el pensamiento de su
época, su importancia retrospectiva está en que a la larga lograron imponer sus
concepciones, que llegan hasta el siglo XX.
"Humanistas de renombre como Erasmo
y Luis Vives, cuyo influjo en los moralistas católicos, así como en las
prácticas es bien conocido, no consideraron indigno escribir obras acerca de la
educación de los pequeños. Entre sus innovaciones está la de plantearse la
necesidad de que la buena crianza e instrucción comience desde los tiernos
años. Elaborarán en consecuencia, toda una serie de planes y preceptos con el
fin de que los niños sean precozmente iniciados en la piedad y en las buenas
letras. Justificarán la importancia que conceden a esa tarea por su vinculación
a la instauración de un nuevo orden social." ( Varela Julia, 1986. P.156. )
Los reformadores confieren a la infancia
cualidades que los hacen permeables a toda influencia del ambiente y de los
adultos. De los niños y los muchachos dicen que "son dúctiles y
maleables, como la cera blanda, la arcilla húmeda, y los arbolitos tiernos.
Poseen una gran facilidad para la imitación, a la vez que están dotados de una
capacidad inmediata para retener lo que se les enseña. Nacen desnudos, débiles,
sin defensa; son rudos, flacos de juicio y en su naturaleza se asientan
gérmenes de vicios y de virtudes. De esta caracterización de la primera edad se
deriva la necesidad de su dirección y cuidado con el fin de convertirlos en
sujetos racionales, buenos y piadosos cristianos y ejemplares súbditos."
( Varela J. 1986. P. 156.)
Como puede observarse dos dimensiones se le
reconocen a lo que se llama la naturaleza del niño: Una positiva que lo hace
objeto de transformación y adiestramiento y una negativa, que habla de él como
un ser que carece de razón, débil, e inclinado al vicio. Esta segunda
naturaleza del niño es el efecto de ser el fruto del pecado original.
Esa naturaleza dañada del niño da origen a
un discurso moralizante, cuyo mas claro exponente es el teólogo y escritor
francés, Jean Gerson ( citado por Aries) quien es sus escritos revela una
cuidadosa observación de las costumbres de la infancia y de sus prácticas
sexuales. Desprecio, repugnancia y reproches por las costumbres sexuales de los
niños es lo que se desprende de sus reflexiones y apreciaciones. La corrupción
inscrita por el pecado original es parte de la naturaleza de la infancia. Por
ello, según Gerson, es necesario, en primer lugar, trabajar estrechamente con
los confesores, de tal manera que éstos a través de sus prédicas y de sus
consejos personales logren crear en los pequeños penitentes un fuerte
sentimiento de culpabilidad, que bloquee los pensamientos y actos pecaminosos.
De otro lado para preservar a la niñez y a la sociedad de tan grave peligro,
era indispensable, según el mencionado teólogo, introducir severos cambios en
las malas costumbres de la educación.
"Todos se habrán de comportar con
los niños de otra manera: se les hablará sobriamente, utilizando solamente
palabras y gestos decentes. En los juegos se evitará que los niños se besen, se
toquen con las manos desnudas, o se miren. Se evitará la promiscuidad de los
niños con los adultos, por lo menos en la cama, aunque sean del mismo sexo....
Se prohibe rotundamente tocarse in nudo ya sea jugando o de otra manera. El
niño debe oponerse a que otros lo toquen o lo besen y si lo permite debe
inmediatamente confesarse para reconocer su culpa. Dice además que "sería bueno"
separar a los niños durante la noche". ( Aries P. 1987. P.151-52. )
Ciertamente y tal como lo plantea Aries,
Gerson tenía planteamientos muy avanzados con respecto a las instituciones de
su época. Seguramente esa persecución individual, e íntima a cada niño, no
sucedía tal como estaba plasmado en sus escritos. Pero los escritos fueron
preparando y creando una mentalidad, que puede verse, muy claramente
establecida a mediados del siglo XVIII. Su ideal moral pasará a ser el ideal
moral de los Jesuítas de Port Royal, de los Hermanos de la doctrina cristiana y
de todos los moralistas y educadores del siglo XVII.
Hacia finales del siglo XVI, la situación de
los niños empieza a cambiar en términos precisos; Se acentúa la exigencia del
pudor en todos sus actos. La castidad de los niños, como la cortesía en el
lenguaje se convierten en banderas de los moralistas. Por ello no se tolerará
ni a los hijos del rey, las libertades que estaban permitidas anteriormente
para los pequeños.
Al respecto dice Aries: "No se trata
de algunos moralistas aislados como Gerson, sino de un gran movimiento, cuyos
signos se perciben por todas partes, tanto en la numerosa literatura moral y
pedagógica como en las prácticas de devoción y en una nueva iconografía."
( Aries P. 1987. p.155)
La inocencia como cualidad inestimable del
niño se va forjando en el largo proceso que va del siglo XIV al XVII. La tarea
de humanistas, moralistas, reformadores, maestros, fue erigir el NO SABER como
cualidad característica del niño. Su cuerpo y su psique considerados materia y
sustancia maleables, deberían ser el lugar en que los artífices y dueños del
saber de la época inscribirían sus demandas al niño.
Progresivamente, a lo largo del siglo XVII
aquella representación del niño desvalido, que necesita de los otros y que
carece de razón se va desplegando, va logrando preeminencia sobre la idea de la
naturaleza dañada del niño. El que no tiene el uso de la razón, es el que por
lo tanto no sabe, no entiende de los misterios de la vida. Surge así el niño
detentador de la INOCENCIA que le deja el bautismo, representante en la
tierra de lo más puro, lo mas limpio, por ello lo más cercano a la divinidad.
Cerca de un siglo después, siglo XVIII, esa
idea de la inocencia infantil se habrá convertido en una idea común.
Se la puede seguir a través de una extensa
literatura moral y pedagógica dirigida a los padres y educadores; en el
paralelo entre ángeles y niños que se convierte en un tema que se vulgariza y
alrededor del cual se hace un discurso que busca ser edificante para los niños.
Se asienta la idea de que la importancia de la infancia está en la infancia de
Cristo. Dios se humilló doblemente al hacerse hombre y niño, pero si él quiso
ser un infante, los méritos de su infancia pertenecían todos los niños. Deriva
de allí una nueva devoción, la que se dedica a la Santa Infancia que empezará a
ocupar un lugar en las prácticas religiosas y en la iconografía de la época.
Viene luego la idea de que por la inocencia del niño, Dios lo habitará siempre,
hablará por su boca por lo cual los niños se convierten en una protección
frente al peligro y a la tentación.
Ahora la idea de impudor y de pecado de la
carne en el niño se hace molesta. Sin pasiones ni concupiscencia es la figura
más semejante en su impecabilidad a Dios.
Podemos concluir que los dos aspectos
fundamentales que constituyen el sentimiento de la infancia en el siglo XVIII y
XIX son: La inocencia que hay que conservar a toda costa y la ignorancia que
hay que vencer a través de la una cristiana educación.
Un ideal de niño se ha instaurado en la
mentalidad de la época. Un ideal construído progresivamente, en donde insignes
voceros de la iglesia católica jugaron un papel fundamental. La sexualidad del
niño con la que en una época, los adultos se divirtieron se sustrae a la
representación social de la infancia. La imagen del ángel confundida con la del
niño hace de éste último un ser asexuado y por ello mismo cercano a la
divinidad.
La inocencia es un atributo que los otros,
los adultos suponen en el niño. Un niño sin palabra por cuanto esta no tenía
para los otros ningún valor. En la medida en que es esta una representación
colectivamente construída para una época, ella produce y reproduce una
percepción social y una autopercepción en el niño que se encuentra en la base
de toda la dialéctica de intercambios que el niño establece consigo mismo y con
los otros de su entorno. Su ser y su hacer buscarán responder a aquello que
sobre él fue dicho.
IV. La sexualidad infantil un efecto del
discurso psicoanalítico.
En el contexto de la mentalidad descrita, a
finales del siglo XIX, y comienzos del XX, Freud osa decir que el niño
inocente, no lo es tanto, que tiene una sexualidad de la que tiene un saber y
cuyas formas de organización atravesadas por la cultura, vale decir por el
discurso del Otro, tendrán un significado fundacional para la subjetividad en
cada sujeto.
En sus conferencias de introducción al
psicoanálisis, de 1917, observa Freud, que lo indecente es un lugar común para
calificar todo aquello que tome el sentido de lo sexual. Es por eso, aquello de
lo que nada puede ni debe decirse a otros. En este sentido un discurso que se
ordena suprimir, so pena de ser calificado como inmoral.
Por ello puede decirse que escándalo,
indignación y ruptura marcan el comienzo del discurso psicoanalítico y mucho
peor aún si la sexualidad aparece como uno de los atributos del niño.
Diferentes caminos de investigación llevan a
Freud a encontrarse con la sexualidad infantil, destaco dos que creo
fundamentales:
1- Desde su experiencia clínica, y
específicamente a través de su trabajo con la histeria, por los relatos de sus
pacientes, Freud comienza a saber sobre una serie de vivencias traumáticas
relacionadas con la sexualidad y derivadas de los intercambios sostenidos con
algunos adultos, en el período de la infancia. Freud encuentra una estrecha
relación entre estas experiencias vividas activa o pasivamente por los sujetos
y los distintos síntomas que los aquejan.
El nódulo del trauma es localizado por
Freud, en el primer momento de su construcción teórica, en un evento real, de
naturaleza sexual vivido con alguno de los progenitores o con adultos allegados
o no a la paciente.
La seducción real, como evento traumático,
se establecía de esta manera, como la causa de diferentes inhibiciones y
desplazamientos del deseo sexual, vividos en la vida adulta por los sujetos.
Sin embargo, el desarrollo de su experiencia
clínica y su propio autoanálisis imponen a Freud otra deducción: la seducción
en un gran número de casos es efecto de la fantasía del sujeto, que en su
imaginación realiza aquello que desea intensamente, pero que por repugnar a su
conciencia moral, es inconfesable.
La reiteración en la clínica de este tipo de
fantasías, que posteriormente Freud redimensiona en el drama Edípico como
proceso constituyente del sujeto, le permite deducir: en primer lugar, que el
encuentro del sujeto con su sexualidad es un evento traumático cuyas huellas
marcan de una manera particular la subjetividad, por lo cual sus efectos se
prolongarán a lo largo de su existencia. En segundo término, reconoce que en
los intercambios entre la madre y el padre con el niño, siempre hay un algo de
seducción inintencional que se desliza en las caricias, en las prácticas
higiénicas y alimentarias, que dicen de un algo de exceso que afecta
particularmente al niño sin que el adulto lo sepa. Diferencia evidentemente
esta seducción, de una serie de prácticas violatorias de la intimidad sexual de
niños y niñas por parte de los adultos, por el fin que ellas buscan y los
efectos que tendrán en el sujeto.
En tercer lugar, Freud, sostiene y sustenta
a través de sus observaciones y deducciones clínicas que la sexualidad funda la
subjetividad y por ello la organización psíquica del ser humano. El instinto
historizado como efecto de su inscripción en la cultura, se transformará en
pulsión, trascendiendo de esta manera, el registro de lo natural para
reconocerse en la historia que la cultura inscribe en el inconsciente.
2. La íntima relación que Freud encuentra
entre la sexualidad infantil y las perversiones, le permite oponer al concepto de sexualidad vigente
en su época una noción mucho más amplia, que busca superar la identidad,
sexualidad, genitalidad, procreación, para considerar otra serie de fenómenos,
que nadie dudaba reconocer como sexuales, pero que sin embargo, no eran objeto
de atención ni en la investigación ni en la actividad intelectual de su tiempo.
Restringida la sexualidad al coito como acto
de procreación, las diversas expresiones encontradas por Freud en su clínica de
los neuróticos, aparecían en el discurso médico y psiquiátrico de la mitad del
siglo XIX, como estigmas degenerativos de reducidos grupos de individuos, que
al no cumplir con la finalidad de la reproducción se señalaban como
transgresiones que atentaban contra la moral de la época.
La acuciosa investigación de las
perversiones realizada por Freud, debe vincularse a varios hechos derivados del
conocimiento y tratamiento de sus pacientes: En primer lugar, haber encontrado
como tendencias, aún en sujetos que llevaban una vida sexual normal, las formas
perversas de la sexualidad. En segundo lugar, la amplia difusión de estas
prácticas, consideradas hasta esa época como excepcionales, como formas de
satisfacción del deseo sexual. En tercer lugar el haber encontrado que la
restricción o privación efectiva de una satisfacción sexual normal es
susceptible de hacer surgir tendencias perversas en personas que jamás las
manifestaron. Estos tres aspectos le plantean la necesidad teórica de indagar
el estatuto de las perversiones en relación con la práctica sexual normal.
Así la noción de sexualidad a partir de
Freud, si bien incluye aspectos que circulan como saber ordinario ".....como
la oposición de los sexos, la consecución de placer, la función procreadora y
el carácter indecente de una serie de actos y de objetos que deben ser
silenciados" (Freud 1977. p.319.) introduce, además una serie de
prácticas, llamadas perversas, reconocidas en grupos enteros de individuo, que
teniendo carácter sexual, se distinguen de las del hombre normal, por cambiar,
unas, el objeto de sus deseos sexuales, como es el caso de los
homosexuales, y otras, su fin sexual, tendiendo a buscar uno distinto
del normalmente aceptado. Cada uno de estos dos grandes grupos mencionados,
comprende a su vez dos clases de individuos: aquellos que buscan la
satisfacción sexual en la realidad y aquellos otros que se contentan
simplemente con representarse en su fantasía dicha satisfacción y sustituyen el
objeto real por una creación imaginativa." (Freud S. 1977. Ps.320-21)
Una actividad de sustitución se impone en
las perversiones. Sustituyen unas el objeto, otras el fin, y otras, objeto y
fin. La sexualidad y la procreación no son correspondientes. Como tendencias
que se repiten, y que retornan, las perversiones aparecen como ramificaciones
intrínsecas y permanentes de la pulsión sexual. Algo de la no adecuación, se
repite, insiste, algo que no se pliega a un sólo lugar y a una sola función.
Aparece así un principio fundamental: La sexualidad humana no esta ligada a un
único objeto ni a un único fin.
Si de acuerdo a la clínica, las tendencias
perversas aparecen siempre mezclada con la vida sexual normal y si además
surgen ante la abstinencia sexual, es posible por ello afirmar - dice Freud-
que éstas ya existen en el sujeto en estado latente, lo que sin forzar mucho
las cosas, llevaría a suponer la sexualidad adulta como resultado de algo que
ya existe y en lo cual tiene su fuente. La perversión sexual estaría en el
fundamento de la sexualidad humana y es ella una de las características que
tipifican la sexualidad infantil.
Es necesario admitir por lo tanto algo
sexual que no es genital, algo que no se somete al fin procreativo, y que como
tendencias están desde el principio en el interior del sujeto y que antes de
que el hombre esté por su desarrollo sexual, en capacidad de procrear, actúan
independientemente unas de las otras, dirigiéndose, hacia el cuerpo propio,
haciéndose autoerótica, o hacia objetos exteriores, en busca de placer.
Al respecto dice Freud: "La
investigación psicoanalítica (...) ha llegado a comprobar que todas las
tendencias perversas tienen sus raíces en la infancia y que los niños llevan en
sí, una general predisposición de las mismas, manifestándolas dentro de la
medida compatible con la inmatura fase de la vida en que se hallan; esto es que
la sexualidad perversa no es otra cosa sino la sexualidad infantil, ampliada y
descompuesta en sus tendencias constitutivas." ( Freud. S. 1977.
p.326.)
La sexualidad infantil contiene en su
organización final, la organización sexual adulta. Destacamos aquí dos aspectos
fundamentales: 1- La íntima y particular relación del niño con
la madre, alcanza para él una importante consecuencia psíquica. La imagen
materna como primer objeto de amor, será el ideal, jamás alcanzado, que de
alguna manera preformará la futura elección de objeto en el adulto. De allí la
importancia que en las transformaciones y sustituciones del objeto de amor
tiene esta elección primordial. 2- La síntesis de las
pulsiones parciales en el niño y más tarde en el adulto, se someten a la
primacía del falo por ser éste el único órgano sexual que el sujeto infantil
admite.
Con este planteamiento Freud instaura para
el niño ese tipo de saber imaginario, que originado en su curiosidad sexual
infantil, desconoce la diferencia fundamental entre los sexos, en contra de
cualquier evidencia, y que como teoría infantil sustenta posteriormente el
complejo de castración, como proceso que permite para el niño varón su salida
del triángulo edípico por temor a ser dañado en lo mas preciado de su cuerpo y
para la niña supone su ingreso a dicha triangulación, porque imaginariamente a
través del padre logrará ser completada con aquello que la madre no tiene y
ella no sabe cuando lo perdió.
Alrededor de esa creencia imaginaria del
niño, mas tarde el adulto organiza su sexualidad. El falo como lo que falta,
dirá luego Lacan, como lo que no se tiene e insistentemente se busca en series
de objetos que se sustituyen indefinidamente. El falo será el elemento
simbólico fundamental alrededor del cual cada hombre y mujer organizarán de una
forma particular su deseo.
La sexualidad infantil, a partir de Freud,
no será un simple atributo del niño. Será un operador fundamental de su
constitución subjetiva, y con ello de su sexuación. La mirada y la palabra que
vehiculizan el deseo del otro, situarán el deseo del niño frente a sí y frente
a los otros de una manera determinada, lo que derivará en formas particulares
de situarse frente a su propio mundo.
V. Algunas reflexiones finales.
- Claramente, los planteamientos de Freud
van en abierta contravía con la mentalidad de la época, que reconoce la edad
entre los doce a catorce años como aquella en la que de pronto, bruscamente, el
niño despierta a la vida sexual. La identidad entre sexualidad y reproducción,
oscurece lo que para la aguda escucha y observación de Freud, es transparente:
los niños tienen vida sexual, excitaciones sexuales, necesidades sexuales, y
una especie de satisfacción sexual. Ignorar esto - dice Freud- es algo tan
disparatado, como afirmar que nacemos sin órganos genitales y carecemos de
ellos hasta la pubertad. Es además, cerrar los ojos ante realidades evidentes.
-La obra de la cultura es "
proscribir severamente las manifestaciones de la vida sexual infantil, y al
hacerlo actúa con plena justificación psicológica, pues la contención de los
deseos sexuales del adulto no ofrecería perspectiva alguna de éxito sino fuera
facilitada por una labor preparatoria en la infancia. En cambio no tiene
justificación el que la sociedad civilizada haya llegado al punto de negar la
existencia de éstos fenómenos, fácilmente demostrables y hasta
llamativos." ( Freud. S. 1984. P. 47.)
-Padres y educadores han querido dar a la
vida infantil un carácter asexual, se ha insistido tanto en los últimos siglos
sobre esta idea, que ha logrado erigirse en verdad, pero es una verdad cuya
real certidumbre, despierta sospechas, pues es muy común ver a padres y educadores,
en nombre de su función formativa prohibir, perseguir y castigar, con toda
severidad, las manifestaciones de aquello que supuestamente no existe.
-Tal como lo hemos expuesto, durante siglos
el niño no contó en sí mismo para los otros. Era mas bien un proyecto de
adulto. La preeminencia de la edad adulta impidió reconocer la especificidad de
la infancia, lo que devino como. borramiento del niño por largos períodos de la
historia.
-El mito de la inocencia, remite a un saber
sabido muy íntimamente por los adultos. Re- negar ese saber contra toda
evidencia, muestra los hondos temores que despierta la historia vivida por el
sujeto en sus primeros años. La amnesia infantil, como manto encubridor de las
tendencias perversas del niño, y de sus avatares, permite construir dicho mito,
sustentado en la represión, vale decir en la división del sujeto.
-Freud nos muestra que el niño implica el
adulto. La comprensión de lo que el adulto es, supone la reactualización de su
historia infantil en su presente y en su futuro. Del discurso Freudiano emerge
el niño como sujeto. En adelante, a pesar de las fuertes resistencias
culturales y subjetivas, el niño será reconocido como portador de una
sexualidad y de un saber sobre ella. Saber que construye en sus intercambios
con los otros y con su imaginación. Paradójicamente indaga a los otros sobre su
sexualidad porque sabe de ella. Sabe y quiere saber sobre sus propios orígenes,
es decir sobre los misterios de la procreación, es decir de la vida, sobre la
forma de advenir al mundo, sobre el placer propio y el de sus padres, y contra
toda evidencia , se aferra a la indiferenciación sexual. El niño inocente ha
caído por el peso de la investigación psicoanalítica, lo que, digámoslo
claramente, no asegura su óptimo bienestar sino más bien malestares distintos,
efecto de ese nuevo discurso que lo atraviesa.
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Malestar en la Cultura. Alianza Editorial. 1984.
13 ____________Sexualidad
infantil y Neurosis. Alianza Editorial. 1984.
14. ____________ Tres
Ensayos sobre Teoría Sexual. Alianza Edit.1990.
(*) Yolanda López.
Trabajadora Social
Profesora Departamento de
Trabajo Social. Universidad Nacional. SantaFe de Bogotá. Estudiante de la
Maestría: Psicoanálisis , Cultura y Vínculo Social. Departamento de
Psicoanálisis Universidad de Antioquia
Sus comentarios y opiniones puede dirigirlas a: [email protected]